Matar antes de morir

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—A partir de ahora él será tu señor. Recuerda ser educado siempre que estés en su presencia y llamarle mi señor cuando se dirija a ti. El barón es una persona con enemigos, se requerirá de ti una lealtad férrea. —El anciano caballero con cara de perro se detuvo ante la puerta con una rectitud envidiable—. ¿Está claro?

Amin trago saliva y asintió sin mucha convicción. No estaba seguro de haber comprendido qué era un barón pero lo aparentó. Desde que había entrado en sus tierras no había hecho otra cosa que caminar y recibir órdenes del anciano. Se las había enumerado irritado mientras recorrían defensas, atravesaban patios y giraban innumerables esquinas. No creía que nadie fuera capaz de recordar tantas normas y mucho menos de cumplirlas. De donde él provenía las reglas eran sencillas: matar antes de morir. Para eso se contrataba a un Hashshashin. Si quería asesinar al barón, iba a necesitar toda su destreza para conseguirlo.

El anciano le echó una última mirada de desconfianza, se cuadró y llamó con energía.

—Adelante. —La voz provino amortiguada del otro lado de la puerta, diferente de lo esperado. No fue firme y dura, más bien suave y jocosa.

La sala era más parecida a un despacho que a las habitaciones de un barón, significara eso lo que significara. El anciano entró después de Amin y cerró una vez dentro. Una mesa y varios tapices bordados era lo que más resaltaba de la habitación. Las baldosas de arcilla del suelo estaban cubiertas de arena cerca de la terracita que conectaba la habitación con el patio interior. Hace solo unos instantes había cruzado aquel patio junto al anciano y se había maravillado de su buen estado.

Desde la terraza apareció un joven leyendo una carta, descalzo y con una mueca de regodeo en sus labios.

—Es la cuarta vez que me pide que deje atravesar las caravanas a través de mis tierras: Yo, lord Harrington, señor de bla, bla, bla, pido encarecidamente al bla, bla, bla, que permita el paso de mis caravanas por sus tierras con el fin de concretar una mejora en las rutas comerciales hacia Tierra Santa. Más bla, bla, bla… espero que esta vez lo reconsidere o me veré obligado a tomar medidas contundentes. —El joven levantó la mirada y formó una sonrisa audaz—. Siempre me pareció gracioso este lord Harrington. Creo que deberíamos hacerle un presente ¿Qué se te ocurre Martín?

El anciano carraspeo incómodo.

—Traigo al nuevo cocinero, mi señor. Su nombre es… Abin.

—Amin —corrigió Amin. El anciano le echó una mirada furiosa.

Amin no estaba seguro de si lo que estaba presenciando era un embuste o aquel niño era realmente el astuto y temido barón que le habían comentado. Se le erizaron los pelos de la nuca solo de pensarlo. Tensó los músculos por lo que pudiera pasar y el sudor comenzó a caer por sus axilas, dejando manchas en los costados de la túnica.

Matar antes de morir.

—Ah sí, muchas gracias por traerlo hasta aquí —dijo el barón—. Tómate un descanso, Martín, te veo cansado.

—Mi señor, no pienso dejarle solo. No después del ataque del otro día.

—Y lo agradezco, pero no me sirves cansado. Avisa a cualquiera otro y ve a refrescarte un poco, te sentará bien.

—Mi señor… 

—Es una orden, capitán. —El barón le cortó de raíz. Su tono era amigable incluso dando órdenes.

El anciano se cuadró, hizo una leve reverencia con la cabeza y se marchó no sin antes echar una última mirada de hostilidad sobre el supuesto cocinero.

Amin odiaba tener espadas cerca, solo significaban más problemas en su trabajo. Así que se alegró cuando vio salir al anciano. 

—Guardaespaldas. —El barón puso los ojos en blanco, divertido—. Son tercos como mulas. Y éste más que ninguno. Le pido disculpas si le ha molestado su actitud, Amin. Está un poco más desconfiado de lo normal desde hace unos días.

Amin se percató de lo bien que había pronunciado su nombre.

El barón dejó la carta sobre la mesa y se acercó sonriente. Parecía imposible borrar aquella sonrisa tan encantadora.

—Ha sido todo un caballero —respondió Amin.

El barón soltó una carcajada.

—Me alegra hablar con alguien que tiene sentido del humor. —Ofreció la mano.

Amin dudó, quizás más de lo que debería, pero acabó estrechándole la mano con firmeza. El barón le devolvió el apretón con más ímpetu. Tenía fuerza el maldito niño.

—Mi nombre es Guillermo de Abalán. Soy el señor de estas tierras, como habrás imaginado. Aunque algunos se opongan a ello —dijo divertido—. En realidad le fueron concedidas a mi padre por su participación en las Cruzadas. Cuando murió, pasé a ser el administrador.

El haberse quedado a solas con el barón avivó los nervios de Amin. De esta manera sería más sencillo acabar con él, solo necesitaba esperar el momento adecuado.

—Tengo entendido que eres buen cocinero, ¿no es así? —El barón se sentó sobre la mesa.

—Sí… —No recordaba cómo había dicho el anciano que debía dirigirse a él—, mi barón.

—¿No has trabajado mucho para nobles, verdad? —El barón soltó una risotada mientras se levantaba de la mesa— Con mi señor será suficiente.

Sintió que el muchacho jugaba con él. Formó una sonrisa que dejó entrever algún diente.

El barón se giró para recoger varios papeles que tenía desperdigados por la mesa, dando la espalda a Amin por completo.

Matar antes de morir.

—Tengo que atender un asunto con mis arquitectos, ¿te importaría acompañarme, Amin? —dijo el barón.

Amin supo que aquel era el momento, no tendría otra oportunidad igual. Entonces, ¿por qué dudaba? Era tan sencillo como agarrar la daga que llevaba escondida en la túnica y clavársela.

No movió ni un músculo.

—Em… por supuesto, mi señor —dijo Amin sin apartar la vista de la espalda del barón. No era momento para andarse con tonterías, tenía que actuar y tenía que hacerlo ya.

Llevó su mano al bolsillo oculto de la túnica y desenvainó la daga despacio.

Matar antes de morir.

—¿Puedo preguntar de qué se trata, mi señor? —El barón seguía rebuscando entre los papeles del escritorio.

—Un atasco en uno de los pozos subterráneos, según tengo entendido —dijo el barón, de espaldas.

Amin contuvo la respiración y comenzó a acercarse lentamente, amortiguando sus pasos. Levantó la daga cuando se encontró a cierta distancia, dispuesto a matar.

Matar antes de morir.

Pero no lo hizo.

La espalda del barón estaba a pocos pasos de distancia cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe. Un niño, que a ojos de Amin no podría tener ni cuatro años, entró en la sala dando brincos.

Amin retrocedió a duras penas justo para ocultar la daga en su espalda. 

—¡Hermano! —gritó con voz aguda el pequeño.

El barón se giró con una sonrisa amplia dibujada en su rostro y le cogió en volandas. 

—¿Qué haces aquí? ¿Ya te has vuelto a escapar? —dijo el barón. El niño rio—. Como se entere madre te va a castigar otra vez.

—Pues no se lo digas —respondió el niño.

—¿Y por qué debería hacer tal cosa? —dijo el barón emulando falsa pompa.

—Porque papá te puso a ti al mando.

—Y no se me está dando nada mal, ¿eh? —el barón revolvió el pelo a su hermano—. Pero eso no quita que quiera enfrentarme a la cólera de nuestra madre, así que regresa con ella antes de que piense que te ha pasado algo. O peor, que ha sido idea mía. —Dejó al pequeño en el suelo.

—Antes molabas —dijo enfurruñado el niño.

—¿Cómo que antes molaba? Sigo molando —dijo el barón.

El niño frunció el ceño y se cruzó de brazos, imitando a un adulto ofendido. El barón suspiró sin perder la sonrisa y se agachó hasta estar a la misma altura que su hermano.

—Está bien, vamos a hacer una cosa. Tengo que ir a los pozos ahora, ¿por qué no coges el camino secreto que tú y yo sabemos y te adelantas? —el barón convirtió su voz en un susurro, obligando a su hermano a prestar mucha atención—. Si prometes portarte bien, te dejaré jugar con el agua todo lo que quieras.

Los ojos del pequeño se iluminaron al escuchar las palabras, pero cuando posó la mirada sobre Amin se detuvo. Algo había captado su atención. El niño se acercó al oído del barón y le susurró.

Las manos de Amin sudaban. Intentó que sus gestos no le traicionasen.

—No dirá nada de nuestro plan —dijo el barón, y guiñó un ojo a Amin—. Es una persona de fiar.

Amin se atragantó con su propia saliva.

—¿Qué opinas del plan? ¿Crees qué podría funcionar? —preguntó el barón a Amin.

Hace un momento había tenido al barón a su merced, ahora observaba como dos hermanos tramaban la manera de engañar a su madre mientras él permanecía inmóvil intentando que la daga no le resbalase de las manos. Para colmo, todas las miradas se encontraban puestas en él.

Más sudor.

—Sí, barón —dijo Amin.

El rostro del pequeño se mostraba tan nervioso que parecía contener unos retortijones.

—¡Excelente pues! —gritó el barón y se incorporó de un salto— En ese caso, ya está todo solucionado. Deberías ir adelantándote si quieres llegar a los pozos antes que nosotros, hermanito.

El niño salió corriendo a toda prisa, dejando la puerta abierta. El barón se quedó plantado con una sonrisa tan amplia que convirtió sus ojos en dos finas líneas. Amin no estaba seguro de cuál debía ser su siguiente paso.

—¿No debería atender la urgencia de los pozos, mi señor? —dijo Amin tanteando la situación.

—Eso depende de ti ¿Vas a intentar asesinarme ahora o cuando lleguemos a los pozos? —contestó el barón.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Amin y provocó que creyese que el corazón le iba a salir por la boca.

La sonrisa del barón no se inmutó una pizca.

—¿Mi señor? —dijo Amin sin estar seguro de lo que acababa de escuchar.

—Personalmente te recomendaría hacerlo ahora. Es posible que te resulte más complicado una vez lleguemos allí. —El barón tenía las manos agarradas en su espalda, completamente relajado.

Había escuchado bien. Si le habían descubierto no tenía otra opción.

Matar antes de morir.

Echó varias miradas a la puerta entreabierta para asegurarse que si el barón intentaba escapar le alcanzaría. Aquello le infundió valor así que reveló la daga y la empuñó con fuerza, mostrándose todo lo amenazante que pudo.

No hubo reacción por parte del barón. No se movió del sitio. No cambió de posición. Este muchacho estaba hecho de otra pasta, de alguna manera estaba dando la vuelta a las tornas y consiguiendo infundir temor en Amin.

—¿Cómo lo has sabido? —dijo Amin.

—No lo sabía.

La respuesta del barón se repitió varias veces en la cabeza de Amin, se maldijo y pensó que debería haberse asegurado antes de descubrirse por completo. Los nervios le habían traicionado.

—No te flageles pensando que te he engañado —continuó el barón—. Fue mi hermano quien me avisó. Vio el reflejo de tu hoja sobre la pared.

La daga permanecía levantada cuando Amin miró. Solo tuvo que seguir el destello para percatarse del pequeño reflejo que estaba proyectando en la pared de detrás. En parte respiró aliviado al saber que le habían descubierto y no engañado.

—Un niño muy inteligente —dijo Amin asombrado.

—Hemos salido a la madre.

—Supongo que entonces no ha ido a los pozos. —Amin comenzó a comprender que estaba ocurriendo. 

—Así es. —El barón asintió complacido—. Ha ido a avisar al guardaespaldas que te trajo hasta aquí. —Hizo una pausa—. Es de suponer que ya estará de camino, y conociendo a Martín, con más guardias de los necesarios.

Los músculos de la mandíbula de Amin se tensaron hasta el punto de casi partirle un diente. Si aquello era cierto, por mucho que matase al barón nunca podría escapar con vida. El barón lo sabía, tenía algo con lo que negociar y por eso estaba tan tranquilo.

Matar antes de morir…

—¿Qué propones? —dijo Amin mientras relajaba la mano de la daga.

—Una seguro para los dos —dijo el barón—. Yo tengo que ir a los pozos de todas formas. Tomamos el camino secreto y una vez lleguemos a los pozos te diré por dónde huir. —El barón volvió a ofrecerle la mano—. Tienes mi palabra.

Se podía decir muchas cosas de Amin, pero que no pensaba las cosas no era la más acertada. Sopesó la situación no menos de una docena de veces antes de estrechar la mano del barón. Puede que estuviera metiéndose en la boca del lobo engañado por aquel joven de sonrisa encantadora, pero tenía clara una cosa: si algo se torcía el primero en morir sería el muchacho.

¡Matar antes de morir!

—Te seguiré con la daga en la mano. —Amin señaló con la punta de la hoja en dirección a la puerta—. Tú irás delante.

—Perfecto. —El barón sonrió.

La caminata fue más larga de lo esperado. Para cuando llegaron a los pozos, habría tenido tiempo de replantearse más de cien veces si había hecho bien en confiar o si hubiera sido mejor opción rajarle el cuello en la habitación. El barón, por el contrario, se había pasado todo el viaje contándole anécdotas sobre sus tierras, tratándole como a un amigo. Lo que más sorprendió a Amin fue encontrarse a sí mismo atendiendo a las historias. El joven tenía un don para hacer sentir cómodos a los demás y un carisma innato.

—Ya hemos llegado —dijo el barón.

El aire fresco y cargado de humedad le golpeó el rostro. El lugar era bastante más bello de lo que podía haber imaginado jamás; todo estaba repleto de plantas con grandes hojas llenas de color, fuentes talladas en magníficos azulejos de colores y rebosantes piscinas que desbordaban su agua entre la arena. La zona de los pozos se asemejaba a los jardines de un sultán, parecía imposible que se encontrase en mitad del desierto. Sintió la boca más seca que en toda su vida. Aquel vergel era una bendición. Amin no cabía en su asombro.

—Son de uso público —dijo el barón—. Cualquiera que viva o trabaje aquí puede hacer uso de las fuentes y piscinas.

Amin se quedó perplejo.

—Es lo mínimo que puedo hacer —respondió el barón—. Me entregan lo mejor de ellos cada día. —Sus ojos se quedaron fijos en el horizonte, viendo como sus sirvientes trabajaban con energía—. Debo estar dispuesto a hacer cualquier cosa por su bienestar.

Extrañas palabras, pensó Amin.

Se oyeron unas pisadas a sus espaldas, cuando Amin se percató ya era demasiado tarde. Le había impresionado tanto el lugar que se había confiado. Al momento se encontró desarmado y sujeto por las muñecas por dos guardias, uno de ellos, Martín, el condenado anciano con cara de perro.

Intentó zafarse dando patadas y cabezazos. Si conseguía coger la daga de la arena tendría una posibilidad. Pequeña. Muy pequeña. Pero al menos la tendría.

Matar… morir.

—¡No le hagáis daño! —gritó el barón.

Un silencio sepulcral reverberó en los pozos. Todos se quedaron congelados.

—Mi señor…, se trata de un asesino. Debemos… —dijo Martín.

—Sé lo que debo hacer con él, capitán —la voz del joven sonó inquebrantable. Por primera vez desde que Amin lo había conocido su sonrisa se apagó. Sintió como el anciano se acongojaba y eso le asustó a él también—. Le he dado mi palabra de que íbamos a dejarle marchar.

El anciano asintió con disciplina tras unos segundos, se cuadro de nuevo y miró de reojo a su compañero.

—Suéltale —dijo el anciano. El otro guardia le soltó sin dudar.

Amin se frotó las muñecas y echó una mirada a la daga semienterrada en la arena.

Matar antes de morir

—Antes de que recojas tu daga me gustaría preguntarte algo. —El barón miró directamente a Amin—. Intuyo que te han pagado para asesinarme. También intuyo quién ha sido. —Una divertida mueca apareció de nuevo en el rostro del joven—. Has tenido ocasión para hacerlo ¿Por qué no lo has hecho?

Amin se quedó en blanco.

Recordó el momento en que un hombre irrumpió en su casa. Cuando su madre intentó echarle, el hombre la apaleó. Después se llevó a Amin al castillo sobre la montaña donde un anciano le perdonó la vida a cambio de sus servicios. Le entrenaron. Le convirtieron en un asesino. De eso hacía ya muchos años… pero no lo iba a olvidar nunca.

Vivir antes de matar.

—Porque no soy un asesino.


Autor/a: Prometeo


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53 COMENTARIOS

  1. Qué relato tan entretenido !! No me suelen gustar mucho los relatos porque siento que en muchos de ellos no pasa nada o al ser históricos se asemejan más ensayos que otra cosa, pero este ha captado mi interés desde el inicio. Le pongo un 10
    Gracias por contarnos un cuento.

  2. Muy buen relato!! Se centra en que pasen cosas, en que haya una trama y todo dentro de un contexto histórico, en lugar de relatar, en forma de resumen, un episodio de la historia ya conocido. Es muy fácil caer en esto último pero ha conseguido no hacerlo. Le pongo 10!!

  3. El final me parece impactante, acertado. Está bien escrito, pero lo mejor es lo mucho que enganchan esos dos personajes atípicos para la época y el lugar; rompe esquemas. Y con ese “matar antes de morir” bien colocado que se acaba conmutando al final del relato. Genial, un acierto. Un bonito cuento, al estilo de aquellos que tenían moraleja. Lo único que me ha chocado un poco es el uso del verbo “molar”. Puedo estar equivocado, pero no creo que se empleara con esa acepción en la edad media. Ninguna pega más. Así que se merece por lo menos un ocho, descontándole dos puntos por ese término extemporáneo que a mí no me mola,
    aunque le voy a dar un
    10