La pérdida del tambor

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Parte 1 Los Yinn

La tormenta, entrando por el sur, era espeluznante. Luces fantasmagóricas cruzaban las nubes en todas las direcciones, sin emitir un solo sonido.

-Mala cosa – Pensó Alhaken ( II de ese nombre )  – al tiempo que cerraba las celosías del altillo de su palacio en Córdoba, donde tenía su taller de trabajo y estudio.

Mientras bajaba las escaleras podía oír claramente el ruido de los postigones, golpeando los marcos de las ventanas con tanta fuerza que parecían estar a punto de salirse de los goznes.

De pronto un ruido sordo y cantarín se superpuso al zafarrancho general, no le cupo duda de lo que había pasado. Una gota de frío sudor le corrió por la nuca.

Efectivamente, al llegar al piso bajo vio los restos del brillante cristal desparramados por toda la estancia. El carísimo espejo Bizantino se hallaba estrellado, hecho astillas por toda la sala. ¿Culpa del viento?, podía ser, pero, por las dudas…tomando el pomo de la daga, que llevaba en la cintura, recorrió la estancia con mirada temerosa hasta que lo vio, ahí, al pie de la ventana. Oculto asustado, estaba el gato negro, su gato, ese que había desaparecido hacia casi tres meses estaba de regreso, él o su espíritu.

Él era un hombre de ciencias, un estudioso, uno de los pocos que no solo sabía leer y escribir, sino que también dominaba el álgebra y era versado en los más diversos saberes…y aun así, por unos instantes, se sintió como un vulgar campesino temeroso del diablo y su maldad, pero se repuso, después de todo el pobre animal se veía tan asustado como él.

Con cariño se acerco al gato, tendiéndole la mano, y este corrió hacia él cómo agradecido del cobijo que le ofrecía su antiguo amo.

Con el gato alzado se acerco a la ventana más cercana y la trabo. Afuera la tormenta seguía luciéndose en relámpagos sin truenos…de no haber sido él un descendiente de los hombres del desierto el  pánico lo hubiera dominado…pero lo era y no se hubiese asustado de no ser por el gato, que si se espanto, como si alguna visión del exterior lo hubiese atemorizado. Clavándole las uñas en el brazo, para soltarse y salto al suelo y salió corriendo. 

La experiencia fue fuerte. El felino huyo dando un fuerte maullido, el viento volvió a abrir la ventana y entrando raudo, apago la vela que escasamente iluminaba la habitación, sumiéndola en la más absoluta oscuridad…o casi, porque en el piso, de forma inexplicable, los restos del espejo brillaban. Bajo esa fantasmagórica luz fue que los vio, eran tres figuras, como fantasmas, vestidas de negro, sin túnicas ni turbantes.

Se movían concertadamente, con movimientos coordinados, como si siguieran un plan determinado. 

Para su tranquilidad, le ignoraron completamente, obviamente no les interesaba. Es más, uno, al pasar frente a él, se coloco un dedo sobre los labios, indicándole que guardara silencio.

Quieto como una estatua, apoyado contra un tapiz colgante que cubría una pared de piso a techo observó con ojos desmesurados y casi sin respirar, lo que hacían los “yinn”. Porque seguro que esas figuras eran “genios”, ¿Qué otra cosa podrían ser si no?.

Los “yinn” revisaron toda la sala con gran atención, una vez terminado, como aparentemente no habían encontrado lo que buscaban, le indicaron que los acompañara al altillo del cual había descendido minutos antes.

Allí volvieron a su trabajo, uno a uno miraron todos y cada uno de los papeles que encontraron, para eso usaron unas luces mágicas que le dejaron asombrado.

Mudo como estaba, solo atinaba a rezar a Ala que estos fueran “genios amigables” y no le hicieran daño.

-Nada de nada – escuchó decir a uno ellos, en una jerigonza que le hizo recordar la lengua de los reinos cristianos del norte.

-¿Cómo podía ser eso si la lengua de Ala era el Árabe? – pensó mientras el corazón se le aceleraba.

Los yinn, ya convencidos que lo que buscaban no estaba allí, se dirigieron a él y le iluminaron la cara mientras, en la misma jerigonza, le comenzaron a hacer preguntas que no terminaba de entender.

En vano trato de articular palabra, no sabía que decir, ni siquiera sabía si debía decir algo

-Déjalo, seguro que no sabe nada – dijo una voz que parecía mujer. Otra rareza.

-Nos hemos adelantado, aun no es el tiempo – contestó otro, como maldiciendo. 

Las luces se apagaron y los yinn se marcharon, dejándolo sentado frente a su mesa de trabajo, donde lo encontró al-Mushafi  a la mañana siguiente.

Durante todo ese día no dio entrevistas, ni acepto compañía alguna. Solo y ensimismado se dedico a pasear por los jardines de palacio. La visión de los yinn lo había perturbado mucho y no quería que nadie lo viera en ese estado. Cualquiera podía interpretarlo como señal de debilidad, y eso era algo que ningún gobernante puede permitirse.

-¿Qué habría hecho su padre, Abderramán III, ante una situación como aquella? – se preguntaba mientras sus pies recorrían los senderos.

En algún momento paso frente al estanque y su imagen, reflejada en el agua, le sorprendió. Se quedo largo rato mirando el reflejo, ¿Quién era ese hombre avejentado que le miraba desde el fondo del charco?  Ya no tenía forma de saberlo. Esa imagen en nada se aprecia al recuerdo que tenía de sí mismo.

Tan ensimismado quedo con su imagen y sus recuerdos, que no advirtió la presencia del joven madrileño que pasó a su lado.

Le sorprendió grandemente la presencia del mismo en el jardín. Si bien no era maniaco de la soledad, por respeto los súbditos solían no recorrerlo cuando él lo hacía.

-Disculpe excelencia – se excusó el muchacho inclinando levemente la cabeza en señal de respeto.

La figura del muchacho era agradable, lo había cruzado varias veces desde que llegara a palacio, e incluso había tenido oportunidad de ver alguno de sus trabajos, ese joven Maslama prometía.

-Está bien joven – le disculpó

-Ala tiene caminos insondables para los hombres, quizás este encuentro tenga alguna finalidad. Dígame, ¿Cómo es la villa esa de la que usted proviene? –

-Hermosa señor, es una de las aldeas con los más bellos cielos de todo el califato –

-He oído decir que las gentes de ahí dicen “de Madrid al cielo”. ¿Es tan así? –

-Así y más. No es solo una frase poética señor. Es un regalo de Ala –

-¿Un regalo de Ala? – meditó Alhaken 

-Joven, entiendo que es versado en matemáticas y artes mágicas – afirmó más que interrogó. El joven, alagado por el califa, solo atino a bajar la cabeza en señal de humildad y sumisión.

-Venga – se decidió el califa – tengo unos documentos que quizás usted deba ver – 

Y juntos caminaron hacia unas construcciones, donde había una estancia oculta en la que Alhaken atesoraba ciertas cosas muy especiales, heredadas de su padre.

Parte 2  El secreto

El guardia, que permanentemente custodiaba la puerta, se cuadro al ver llegar al Califa. No era un acontecimiento extraño, Alhaken gustaba estar allí, periódicamente se llegaba hasta la estancia, a veces en busca de fresco para mitigar los calores del verano…en esas ocasiones pasaba largas estancias en el interior, periodos durante los cuales no se permitía la entrada de ninguna otra persona al lugar.

Otras veces solo venia por unos minutos, al cavo de los cuales salía con alguna botella de agua helada, que tanto le gustaba.

El guardia podía haber pensado que esa tarea era indigna de un califa, habiendo abundantes sirvientes para ello. Pero no le correspondía a él cuestionar a su señor, y por tanto no lo hizo.

Alhaken y el joven que lo acompañaba ingresaron en la fresca estancia, demorando unos instantes, hasta que los ojos se acostumbraron a la semi penumbra, y siguieron por un pequeño pasillo que desemboco en una puerta igual de pequeña. Para pasar por ella ambos debieron inclinarse bastante, tan baja era la puertecita.

Una vez cruzada se encontraron en una estancia más amplia, sin ventanas, solo ventilada por unas pequeñas luceras en la parte superior de la misma, por las que no se llegaba a disipar el olor a encierro y a viejo que la inundaba.

En el medio de la estancia había una mesa y una sola silla. El califa se sentó en ella, cansado y pidió a Malama que encendiera una lámpara que allí se hallaba.

A la tenue de la llama, aparecieron las paredes de la sala, y en ella, de piso a techo, estanterías llenas de libros. De pronto el matemático intuyo que hacia el califa en esas calurosas tardes, pero se equivocaba.

-Alcánzame ese rollo de allí – Pidió Alhaken, señalando uno ubicado en un rincón particular.

Cuando el joven se lo hubo alcanzado, lo llamo y le pidió que se acercara a ver.

Malama no podía dar crédito a lo que su señor le mostraba y empezó a tener temor por las cosas que se le estaban confiando.

Con la pausa de un erudito, como correspondía a quien lo era, Alhaken fue indicando todos y cada uno de los detalles que en el libro se describían, así como haciendo acotaciones a las implicancias que podían tener, y, para aumentar el pánico del joven, a la situación política del califato.

-¿Increíble, verdad? – preguntó al terminar de leer.

Azorado Malama no supo que decir.

-Igual me sentí yo cuando mi padre me develo este secreto…amigo – esto último lo dijo luego de una pausa, como si dudara del poder que estaba transfiriendo con esa simple palabra a alguien que no lo tenía y al que, por cuna, no le correspondía.

-Sí, joven, a partir de ahora lo considero mi amigo, y eso porque he de pedirle, que no ordenarle, un gran favor –

-El que desee señor –

-Como usted habrá comprendido, aquí yace un enorme poder, un poder que debe ser preservado. Así me lo hizo saber mi padre en su momento… – y una lágrima pareció aparecer en sus ojos, aunque bien pudo ser un simple destello de la llama.

-Lamentablemente Ala no me ha concedido la gracia de poder hacer lo mismo. Mi posible heredero es solo un niño…y a mi ya no me queda mucho tiempo –

-Señor –

-No, no me contradiga, en mi situación todo eso ya carece de importancia, además pronto deberé presentarme al único y verdadero Señor….pero antes necesito hacer algo con esto – Insistió indicando no solo el libro, si no toda la sala.

-Quiero que, después de muerto, tome todos y cada uno de estos libros y se los lleve a Madrid, lejos de los cataclismos que se aproximan a nuestro reino –

-¡Señor! –

Pesadamente el califa se incorporo con ayuda del joven matemático, que se tomo la licencia de posar su mano sobre el brazo de su señor, sin que este se opusiera.

-Malama, usted es un hombre de letras, instruido, debe saber que el peor de los enemigos es la ignorancia. El ignorante es arrogante, fanático, capaz de cualquier cosa, pues, a falta de razón se vale de la fuerza, la violencia es la razón de la sinrazón….- hizo una pausa para tomar aire – En nuestro futuro se alza esa nube, los ignorantes caminaran por nuestras calles, se ensoñaran en nuestros palacios y destruirán la convivencia civilizada entre nuestras gentes….está escrito. Por eso tenemos que salvar lo que se pueda y resguardar lo que no debe ser descubierto por ellos.- y calló.

Sin decir más saco una llave que llevaba colgada a su pecho y se dirigió a otra puerta, una que Malama no había notado, porque estaba tras un tapiz.

-Venga – ordenó el califa mientras la abría

-No pensaba mostrarle esto a nadie, pero anoche recibí la visita de unos “yinn”. Estoy seguro de que buscaban esto. – explicó.

-Y eso me convenció, en esos libros esta el secreto de esta puerta, pero no lo que vera tras ella. Por ninguna razón lo que va a ver debe caer en manos inapropiadas, le va él alma en eso – lo juramento y luego cruzo el umbral con Malama tras él.

Al cabo de un tiempo volvieron los dos

No existen palabras para describir la cara del matemático. La del califa era una mescla de dolor, y decisión.

Volvió a correr el tapiz, y, antes de apagar la vela le entrego la llave con que había cerrado la puerta y le advirtió

-Ala y yo lo estaremos viendo. Confió en usted, y le pido me disculpe por la carga que he puesto sobre sus hombros. – medito unos instantes – solo le pido que no pase la posta a nadie que no sea digno. Y si, en su momento no lo hubiera, oculte todo de modo que jamás nadie lo encuentre –

Los dos salieron con sendas botellas de agua. El guardia se cuadro en señal de saludo y volvió a la custodia.

Ya en la puerta del palacio un sirviente tomo las vasijas de agua y cada uno siguió su camino.

Al poco tiempo Alhaken partió a su prevista cita con Ala, y Malama quedo solo con la responsabilidad de salvar lo posible del naufragio, aunque aun no entendía como un reino tan grande y poderoso como el de Córdoba podía sucumbir. 

Como corresponde, el tiempo paso y lo que estaba oculto apareció a la luz. 

Parte 3 Calatañazor

Los personajes que Alhaken entreviera se enseñorearon del califato y precipitaron su caída, tal cual lo habían visto aquella lejana mañana al atravesar la misteriosa puerta.

Forzando las cosas las llevaron hasta el momento presente donde ahora contemplaba, no cuerpo, pero si en espíritu, la épica batalla final…

El sol despunta en la meseta castellana, cerca de la ciudad Soria.

El silencio hiela el aire matinal, hay un rumor de sordos ruidos, pero nada estridente. Un resoplido por aquí, un bufido por allá y un insistente rumor de pasos desde ambos lados del Milanos.

De apoco los rayos del astro rey comenzaron a arrancar brillos de aceros y pendones, de un lado las huestes del islam tras el estandarte de Ala, del otro la confederación de reinos cristianos, tras la Cruz de Jesús.

De un lado el más grande héroe de Al Andaluz, el temido y temible Almanzor, del otro un rey, Alfonso V de León, otro rey, Sancho Garces III de Pamplona y un conde cuya estirpe pronto superaría a los otros, don Sancho Garcia de Castilla.

La parada era osada, desde que asumiera el poder en Córdoba y comenzara sus veraniegas incursiones al norte, jamás nadie había vencido al Emir. Eran tantas las victorias que había tenido, los cristianos que había matado y las esclavas que había tomado que su solo nombre inspiraba pavor.

A penas días atrás había hecho morder el polvo a las gentes de esos mismos varones en el monasterio de San Millán de la Cogolla y ahora se los encontraba de nuevo allí, en las cercanías del castillo llamado de las  Águilas (Calatañazor)  

Con algo de hastió, se estaba haciendo viejo, acomodo sus huestes y, cuando las vio listas, las lanzo a la batalla.

Del  otro lado el ánimo era ambiguo, por un lado estaba la desazón que causaba el nombre del hombre que tenían que combatir, y por otro una serena certeza de que esta vez la cosa seria distinta, que en esta la victoria estaría con ellos.

El silencio se rompió hecho trizas en mil gritos y golpes, aceros contra aceros, aceros contra carnes, gargantas destrozadas en un grito o sin llegar a lograr emitir sonido alguno. Animales caídos junto a jinetes, arcos impulsando flechas que rasgan el aire y arqueros cayendo por otras flechas enviadas por otros hombres, cayendo desde el cielo, pero sobre ellos.

Soldados contra soldados, nobles o reyes.

Reyes contra reyes, nobles o soldados, que el campo de batalla los iguala a todos, por lo menos en esa época donde los que mandaban iban a pelear con sus hombres, afrontando los mismos peligros cual villanos.

Por un lado Alfonso o Sancho blandían sus espadas y a cada mandoble un musulmán partía hacia Ala, de otro lado Almanzor y su gente hacían lo mismo, pero los que partían a visitar a Dios eran cristianos.

Y sucedió que, en el fragor de la batalla, el acero del cuchillo rasgo la mano del Emir y la sangre manó de ella. Nada importante…

En ese momento un pescador que observaba la batalla aguas arriba canto “En Calatañazor perdió Almanzor el tambor” extrañamente la copla se escucho por sobre los ruidos de la batalla.

Al cabo de la agotadora jornada, el sol por fin cayó y la batalla ceso. Contrariamente a lo usual los cristianos aun seguían en el campo, vivos.

A la mañana siguiente Sancho V ordeno tomar por sorpresa el campamento Andaluz, pero al llegar a él solo encontraron tiendas vacías y armas rotas abandonadas. Los Amirí habían desaparecido.

En Calatañazor perdió Almanzor el tambor, la copla volvió a surcar el aire.

Y esta vez el canto se escucho en Madrid.

Allí, en sus aulas el maestro tomo conciencia de que la profecía final se había cumplido.

Con resignada paciencia termino de cerrar el libro que le había sido encomendado tanto tiempo atrás, lacro los sellos, lo introdujo en el cofre de plomo especialmente diseñado y un ayudante lo soldó, haciéndolo impermeable. Luego lo llevaron hasta un pozo profundo y ahí lo arrojaron.

Mientras observaba las ondas producidas por el golpe, el ya viejo Malama volvió a recordar su encuentro con Alhaken y una lagrima broto de sus cansados ojos. 

Mientras Ala había sido generoso con el viejo califa, llamándolo a su presencia antes del terrible presente, él seguía ahí, y debería estarlo hasta que el misericordioso lo llamara.

Cuando el agua se calmo, con paso cansino volvió a las aulas, donde los alumnos, ignorantes del pesar de su maestro, aguardaban para continuar sus clases.


Autor/a: El Escribiente


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6 COMENTARIOS

  1. 6. Me gusta mucho la ambientación, el califato de Córdoba da mucho pie a desarrollar relatos de este tipo, pero no me terminó de convencer el desarrollo de la idea principal y para nada apruebo las expresiones tipo «de Madrid al cielo». Y también está el tema de la ortografía, que a todos se nos puede pasar algún acento, pero son demasiados. No obstante, espero que sigas escribiendo sobre al-Andalus! ánimo!