Carlos I de España o Carlos V de Alemania, también emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, llegó a controlar buena parte de Europa y del continente americano. Él fue, ni más ni menos, que el crack del siglo XVI. Por lo que no es de extrañar que acumulara casi más títulos que nuestra célebre duquesa de Alba.
Ahora bien, ¿cómo fue la personalidad del hombre más poderoso de su tiempo? ¿Cómo una serie de problemas psicológicos le llevaron a morir en un lugar apartado, fuera del poder, y obsesionado con ciertas ideas?
La simpática personalidad de Carlos V de Alemania y I de España
Carlos V vino al mundo de una forma más que curiosa, podríamos decir. Su madre, Juana I de Castilla (también conocida como Juana la Loca), dio a luz nada más y nada menos que en un pequeño retrete o cuarto de escobas, en el palacio de Gante.
Cabe destacar que Juana batió el récord Guinness de parir, ya que fue un visto y no visto. Como consecuencia de tal velocidad, el sistema nervioso del recién nacido se vio afectado. Así, en los años posteriores, el pequeño sufriría algunas crisis epilépticas que con el tiempo desaparecerían (1).
A medida que Carlos V de Alemania fue creciendo, acabó recibiendo diferentes posesiones por herencia. Como las Españas, y más tarde el trono imperial. Pero, como bien sabemos, en la vida no todo es poder y riqueza. Existen unas cosas que todos tenemos y que se llaman sentimientos. Aunque ciertas personas parece que no los tienen, pero sí, están ahí. Carlos V rey de las Españas también los tenía.
A través de su firma, la grafóloga Sandra Cerro detectó ciertos rasgos de su personalidad. Mostraba humildad, orgullo personal y, también emotividad y sensibilidad. Por cierto, a los más morbosos les gustará saber que la grafóloga también encontró indicios de impulsividad sexual en la letra de nuestro rey (2).
Más triste que un nublado, los problemas personales de Carlos I
Las depresiones del emperador comenzaron con la muerte de su esposa, la emperatriz Isabel de Portugal (3). A pesar de que Carlos V de Alemania engañó a su esposa con otra dama, Bárbara Blomberg, cuando le llegó la muerte, realmente entró en un estado depresivo. Es por ello por lo que decidió retirarse un tiempo al monasterio de Sisla, en Toledo. Aquí se sometería a ayunos, los cuales iban después seguidos de fuertes atracones de comida. Además, estos atracones los hacía en soledad, ya que no quería que nadie le viera comer. He aquí por lo que muchos han considerado que el ya adulto Carlos V padecía de bulimia (4).
Para más inri, dos acontecimientos empeoraron su salud mental. En primer lugar, las derrotas bélicas contra franceses y protestantes (5). Esto daba por frustrada su idea de unidad política y religiosa de Europa. No debemos olvidar que el siglo XVI constituye un período de ruptura religiosa, con la aparición de luteranos, protestantes, anglicanos, etc. que se separan de la Iglesia católica.
Por otro lado, la muerte de su madre, doña Juana. La difunta reina madre llevaba ya décadas encerrada en Tordesillas cuando la parca llegó para llevársela. Es probable que este hecho perjudicara a Carlos de gran forma, ya que algunos escritos de la época afirmaban que el emperador escuchaba la voz de su difunta madre para que la siguiera (6).
Una jubilación no muy agradable
Estas depresiones darían paso a un enorme sentimiento de culpa. ¿Culpa de qué? ¿Recuerda usted, querido lector, esa idea de unidad política y religiosa del emperador? Bien, pues Carlos V se culpaba a sí mismo de no haber sido lo suficientemente duro contra sus enemigos religiosos. Se culpaba de no haber ejecutado a Lutero cuando pudo (7), y de no haber frenado la expansión musulmana. Así, los protestantes se habían extendido por Europa, y Carlos V de Alemania sentía que había fracasado en la misión que Dios le había encomendado (8).
Por tanto decidió retirarse a un monasterio agustino, en Cuacos de Yuste, en la bonita Cáceres, hasta su muerte. Durante su retiro vivió con suma modestia, incluida en sus ropajes. Modestia que no se apreció en la comida claro, ya que seguía ingiriendo grandes cantidades de comida y bebida. Ni qué decir que esto le venía estupendamente para su gota, su estreñimiento y sus hemorroides (nótese la ironía).
¿Cuáles eran sus amados vicios durante su estancia? Poca cosa: toneles de cerveza alemana y flamenca, ostras, angulas, truchas, sardinas ahumadas, terneras, salchichas y magros. Además, sus mejores compañeras en este tiempo, junto con la comida, fueron su inseparable silla (adaptada a su gota) y su colección de relojes. La obsesión de Carlos V de Alemania por los relojes era tal, que los revisaba diariamente para comprobar que funcionaban de forma adecuada. Además, los montaba y desmontaba cada día.
Los únicos consuelos durante su retiro en Yuste fueron dos objetos. Primero, el retrato de su difunta, la emperatriz. Y segundo, el cuadro de La Gloria. Ambas obras pintadas por Tiziano. En este último, tanto él como su familia fueron retratados ascendiendo al cielo (9). De hecho, el emperador pidió expresamente morir ante este lienzo (10).
La muerte de un grande
Fue entonces cuando a nuestro querido Carlos V de Alemania le llegó su momento final. ¿Cómo murió este gran hombre? Por la picadura de un mosquito que le transmitió la malaria, ni más ni menos. Murió en su cama, con dolores en todos los huesos por la gota, con pocos dientes, una profunda depresión, y abrazado al crucifijo con el que también murió su amada emperatriz Isabel.
Hoy en día, los restos de Carlos I descansan en el Panteón Real del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, en Madrid. Su paz se vio perturbada en 1936 cuando en plena Guerra Civil un miliciano republicano profanó la tumba del emperador, cuya imagen salió en un periódico francés. Esta fotografía fue vista nada más y nada menos que por aquél que conseguiría averiguar que el emperador murió de malaria. Se trata del científico Julián de Zulueta, que analizando la falange de uno de los dedos del emperador, consiguió resolver el misterio.
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