En aquel verano de 1936 el calor apretaba en la ribera del río Arga. Las campos que rodeaban el pueblo navarro de Larraga aguantaban, como podían, el sol de mediados de agosto. Un agosto como otro cualquiera, de no ser porque apenas un mes antes, el 18 de julio, los fascistas decidieron ganar por la fuerza lo que no habían sido capaces de ganar en las urnas.
La conspiración contra la II República tuvo en Navarra uno de sus pilares más importantes. Sostenida principalmente por una larga y rancia tradición carlista y por un carácter católico y conservador, su posición se terminó de configurar con la llegada a principio de 1936 del nuevo gobernador militar, el general Emilio Mola, que la convertiría en una pieza clave de la sublevación militar. Sus instrucciones fueron claras: «Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta..» (1). Pues nada, Director, a sus órdenes.
Pero, no voy a hablar aquí del golpe de estado militar contra el gobierno legítimo de la República. No quiero repetirme. Pero sí que vamos a hacer zoom en Google Maps – o en el atlas, que los hay nostálgicos- y vamos a situarnos sobre el terreno. Acotemos nuestro viaje a esta zona de Navarra, 40 km al sur de Pamplona.
Tu dignidad es la de todos – La Guerra Civil en Navarra
Larraga, en 1936, es un pueblo básicamente agrícola. Campos y campos de cultivo se extienden aprovechando la vega del río. Y donde hay campo, hay agricultores. En la Ribera Navarra abundan los campesinos sin tierra y, por tanto, los sindicatos y las cooperativas. Una cosa lleva a la otra. Unión, apoyo mutuo y conciencia de clase en un entorno ultraconservador. (2)
Si yo escribiese en algún momento en este artículo la expresión “guerra civil en Navarra”, aceptaría sin rechistar los palos y recordatorios familiares en Twitter o que se escribiese al que manda en esta revista y se pidiese mi cabeza. Porque estaría mintiendo. En Navarra no hubo guerra civil. Jamás hubo un frente de guerra. No hubo batalla.
Entonces, ¿qué hubo en Navarra?. Es fácil: represión, represión y represión. (3) Normalmente –y me incluyo- estamos acostumbrados a tratar la guerra civil como un “todo” homogéneo. Y nos equivocamos. Porque en zonas como Galicia, buena parte de Castilla la Vieja o la propia Navarra la guerra no existió. Y olvidar esto nos hace poner al mismo nivel a los muertos en combate y a los asesinados por odios y envidias. Crueldad y humillaciones.
Así que, puesto esto negro sobre blanco, volvamos a lo nuestro. Es 14 de agosto. Mientras Yagüe tiñe de rojo el sur de Extremadura y fusila a miles de pacenses en la plaza de toros (4) –lo de pasar a la historia como “el carnicero de Badajoz” hay que ganárselo- Franco Y Queipo de Llano presiden en Sevilla el izado de la roja y gualda como bandera oficial de la España sublevada. (5)
Nunca te entregues ni te apartes – La historia de Maravillas Lamberto
Mientras tanto, en Larraga, Vicente Lamberto Martínez se encierra en casa tras otro día duro en el campo. Le acompañan su mujer y sus dos hijas, Josefina y Maravillas Lamberto. La situación es tensa. Joder que si es tensa. Él es un simple agricultor…pero también está afiliado a la UGT y lleva varios días sufriendo las amenazas de los valientes salvadores de la patria. La violencia en los primeros momentos tras el golpe de Estado – el mal llamado “terror caliente”- (6) es difícilmente soportable. Los requetés y falangistas patrullan las calles pistola en mano. Esa es la única ley y la única justicia que existe en ese momento. (7) La que imponen los del bigotito y la camisa azul.
Golpes en la puerta. Las dos de la madrugada. Vicente abre los ojos en la oscuridad. Más golpes. Esto va en serio. Su mujer se levanta en silencio y abre la puerta. Contra el cielo de esa noche de verano se recortan cuatro siluetas. Dos de ellas son de guardias civiles del puesto de Artajona; las otras dos son de un falangista y un requeté con caras familiares. Julio Redín Sanz y «el hijo del churrero de Larraga». (8)
Entre gritos le dicen a Vicente que está detenido y que se lo llevan al ayuntamiento a hacerle unas preguntas. Nada grave. ¿Su delito? Ser sindicalista y no ir a misa. De repente, alguien aparece en la oscuridad. Es Maravillas, la hija mayor del campesino. Ante la sorpresa de todos, pide acompañar a su padre. Los cuatro «españoles de bien» se miran entre ellos y asienten con la cabeza. Miradas cómplices. (9) La niña sube al camión detrás de su padre. Tiene 14 años y no volverá a casa.
Tal vez querrás no haber nacido…
Lo que sigue me resulta complicado de definir con palabras. Tras un corto viaje, el camión se detiene delante del ayuntamiento de Larraga. Bajan a empujones a Vicente y lo encierran en las celdas que se han habilitado en los sótanos del edificio. A la niña la suben por las escaleras hasta la planta de arriba. Allí, en una sala cualquiera, la violan entre los cuatro durante más de dos horas. Una y otra vez. Una y otra vez. (10)
Hacia las cinco de la mañana, los fascistas sacan del ayuntamiento a padre e hija y los meten en un coche. En la puerta, un grupo de vecinos -ay! ese silencio cómplice- no pierde detalle del espectáculo. (11) No sabemos si lo disfrutaban, lo sufrían o simplemente miraban para luego tener algo que contar sentados al fresco. ¿El miedo? Es posible. Lo que sí sabemos es que nadie hizo nada.
El coche arranca mientras Maravillas no para de llorar. Las últimas casas del pueblo van quedando atrás. Poco después, solo campo. Y oscuridad.
Los representantes de la «nueva España» se dirigen al término municipal de Ibiricu, a 40 kilómetros de Larraga. (12) Allí obligan a Vicente y a su hija a bajar del coche. Vamos a dar un paseo. Vicente hace rato que sabe el final que le espera, pero no se imagina hasta dónde puede llegar la crueldad humana. Antes de matar al labrador, vuelven a violar a Maravillas delante de él. Mientras lo sujetan, le obligan a mirar como destrozan a su hija. Ponen especial empeño en que lo vea todo. Poco después, con lágrimas en los ojos y el corazón sangrando, Vicente muere fusilado.
Como un aullido interminable
Maravillas Lamberto, rota por dentro y por fuera intenta escapar, pero la alcanzan a pocos metros. Allí mismo la asesinan sin piedad cerca del cuerpo y los ojos ya vidriosos sin vida de su padre. Vicente, como tantos miles de republicanos, sigue enterrado en cualquier lugar sin identificar ochenta y cuatro años después de su asesinato.
Del cuerpo de Maravillas Lamberto no queda nada. A sus asesinos no les resultaron suficientes las repetidas violaciones, las vejaciones y el sufrimiento. Apretaron otra vuelta más la tuerca de la crueldad. Su cuerpo, desnudo, fue abandonado sin enterrar junto a un enebro para que sirviera de alimento a los perros. Una semana después, unos vecinos encontraron sus restos a medio comer. Lo descubrieron por el olor. (13)
Trataron de recogerlos y enterrarlos en una huerta cercana, pero fue imposible. El cuerpo estaba descompuesto por el calor y los gusanos. Así que bajaron al pueblo, volvieron con gasolina y lo quemaron. Allí mismo. En ese claro del bosque entre las encinas.
Entonces siempre acuérdate, de lo que un día yo escribí – La memoria de Maravillas Lamberto y su padre
Al día siguiente los cuatro fascistas, como buenos católicos, se presentarían con su ropa bien planchada y su brillantina en el pelo en la misa en honor a la Virgen de la Asunción. Las campanas llamarían a la fiesta. Agua bendita. Señal de la cruz. Como Dios manda. (14) Mientras tanto, los restos de Maravillas Lamberto y de su padre se consumían en silencio bajo el sol de agosto.
Josefina Lamberto, hermana pequeña de Maravillas, siguió luchando por encontrar justicia. Tenía siete años cuando los fascistas de Larraga se llevaron a su padre y a su hermana Maravillas aquella madrugada de agosto. Nunca más la volvió a ver. A pesar de que fueron caras conocidas en el pueblo los culpables de las violaciones y los asesinatos, jamás se les juzgó. Pero Josefina se negó a rendirse. (15) A pesar de que la humillación continuó cuando los franquistas les robaron, también, sus tierras. Su madre llegó a pisar la cárcel. Cuando fue puesta en libertad decidió marcharse con sus hijas a Pamplona y alejarse de Larraga. Para siempre.
Hoy, una plaza en la capital navarra recuerda el nombre de Maravillas Lamberto. Violada y asesinada con 14 años por no querer abandonar a su padre.
Que su nombre tampoco se borre de la Historia.
Ni olvido ni perdón.
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