A la pregunta de quién estaba a la cabeza del antiguo panteón grecorromano, la respuesta que se nos viene a la cabeza es unánime: Zeus, para los griegos, o bien Júpiter, para los romanos. Tal era así, que los segundos dejaron bastante claro la elevada majestad que le consideraban con la atribución de los epítetos Optimus Maximus, “el mejor y más grande”.
Junto con Juno y Minerva (1) formaba la denominada tríada capitolina, cuya sede era un majestuoso templo ubicado en la cima del Capitolio (2). La relevancia política del dios no iba a menos: por ejemplo los cónsules debían de ofrendar en primer lugar a Júpiter Optimus Maximus nada más comenzaban su mandato, y también los triunfos de los generales romanos exitosos debían finalizar en dicho templo para allí rendirle honores (3).
Con todo, ¿quién podría entonces arrebatarle su posición en el panteón al gran Júpiter? La respuesta la encontramos en un joven muchacho de origen sirio que, con tan solo 14 años, subió al trono imperial: Heliogábalo (4).
Vario Avito Basiano y su familia
Tal era el auténtico nombre de nuestro protagonista (5), y para conocer bien las causas de esta cuestión, es importante situarlo en el marco de su familia.
Nació cerca del año 203 en Emesa (actual Homs, Siria), en el seno de una familia que era bastante importante tanto en dicha ciudad como en todo el ámbito del Imperio: su abuela, Julia Maesa, era hermana de Julia Domna, esposa del emperador Septimio Severo (6); y ambas eran hijas de Julio Basiano, sumo sacerdote de Elagabal. Este estaba al frente de una dinastía sacerdotal hereditaria que velaba tanto por el culto de la divinidad más importante de Emesa como por el gobierno de la ciudad misma. Esto se venía dando desde que Emesa perdiese su monarquía tras la anexión al Imperio bajo Vespasiano (7).
De esta forma, mientras que buena parte la familia se encontraba en Roma dirigiendo todo el cotarro del Imperio y de la Corte (teniendo en ello un papel relevante las ya mencionadas Julia Domna y Julia Maesa), Vario Avito Basiano creció y se educó en Emesa destinado a ser, en tanto que hijo primogénito, sumo sacerdote de Elagabal.
El ascenso al poder de Heliogábalo
Llegó entonces la fatídica fecha del 8 de abril del 217: Caracalla (8) fue asesinado por una conjura liderada por orden de Macrino (9), quien en consecuencia se proclamó emperador.
La dinastía severa se encontraba al borde de la extinción, más aún debido a que Caracalla murió sin haber tenido ningún hijo que le sucediese y, por tanto, pudiese enfrentarse al usurpador Macrino. Podría decirse que fue una situación al más puro estilo de Juego de Tronos. Julia Domna se suicidó, pero su hermana Julia Maesa abandonó Roma y volvió a su natal Emesa, donde su nieto de unos 13 años era ya el sumo sacerdote de Elagabal y llevaba a cabo rituales que consistían en alocadas danzas al son de flautas después haber realizado sacrificios animales sobre el altar del dios (10).
La abuela Julia tuvo entonces una idea: empezó a contar a los soldados que frecuentaban Emesa que Vario Avito Basiano no era sino un bastardo fruto de una relación que tuvo su hija con Caracalla (11), y a raíz de ello surgió una revuelta en la provincia de Siria que defendía la legitimidad del muchacho al trono imperial y que acabaría con Macrino tras una batalla que ocurrió cerca de Antioquía en el 218.
Tras la victoria, el joven Vario Avito Basiano emprendió entonces el viaje a Roma, pero con una notable peculiaridad: decidió llevarse a su dios consigo.
El dios Elagabal
Aunque su nombre viene a significar “Señor de la montaña” (12), lo cierto es que esta divinidad llegó a ser mucho más que eso. Los romanos identificaron a Elagabal mayormente con Sol, el Helios de los griegos (13), a raíz de lo cual deriva el hecho de que esta divinidad de Emesa fuese también conocida con el nombre de Heliogábalo. Se trataba por tanto de un dios solar que, sin embargo, era venerado en aquella ciudad bajo la forma de un meteorito negro albergado en el interior de un magnífico y lujoso templo (14).
Así pues, cuando Vario Avito Basiano decidió llevarse a su dios consigo a Roma, lo hizo de forma literal, y junto con la famosa piedra negra de Elagabal fueron también buena parte del personal del templo.
Desde luego, el sistema educativo de los sacerdotes de Emesa fue todo un éxito. Durante aquel mismo viaje, el joven emperador decidió enviar una carta al Senado de Roma, junto con un retrato en el que se le representaba haciendo un sacrificio a Elagabal con sus vestimentas típicas de sacerdote oriental. En ella expresaba, entre otras cosas, que su dios debía ser nombrado el primero de todos en cada sacrificio público que se ejecutase (15), y Júpiter veía así ya peligrar su asiento de dios supremo.
Elagabal en Roma, el dios de Heliogábalo
A los romanos les pareció de lo más curioso y exótico lo que se traía el nuevo emperador con su dios.
Una de las primeras decisiones que tomó Heliogábalo en la capital al poco de llegar fue construir un nuevo templo consagrado a Elagabal, ubicándolo justamente al lado del Palacio imperial en el monte Palatino, y sin escatimar recursos para su edificación. Allí, en una explanada situada frente al templo, realizaba todas las mañanas numerosos sacrificios de animales y libaciones de vino, seguidos de frenéticas danzas rituales, a los que tanto los caballeros como los senadores romanos debían asistir como espectadores (16).
Otro punto importante del culto consistía en una fastuosa procesión, celebrada a mediados de verano, en la que la roca de Elagabal, montada en una cuadriga de oro y precedida de las imágenes de los demás dioses como si de un cortejo real se tratase, era llevada a otro santuario situado a las afueras de Roma. La plebe romana disfrutaba mucho de esta celebración al repartirse durante ella comida e incluso objetos valiosos (17).
El emperador y sus locuras (religiosas)
La cosa comenzó a desmadrarse a partir de finales del 220, cuando Heliogábalo decidió oficializar la supremacía de Elagabal. En base a ello, consideraba que los dioses romanos no eran sino los sirvientes de su dios, y pretendió además que todos los símbolos de dichas divinidades estuviesen albergados en el interior del templo de Elagabal, una decisión polémica que acabó siendo infructuosa (18). A ello se añadió que, en la titulación oficial, antepuso su título de sumo sacerdote de Elagabal, latinizado como sacerdos amplissimus o invictus sacerdos augustus (19), al tradicional pontifex maximus.
Se trataba de algo que, a fin de cuentas, podía verse venir desde los mismos comienzos del reinado. Sus políticas religiosas (de las que aquí no se ha llegado a hablar ni de la mitad) supusieron un choque cultural tremendo y, más aún, un escándalo inadmisible, en especial para la clase senatorial romana (20). A ello puede añadirse un desinterés, incomprensión o insensibilidad por parte del emperador hacia las formas tradicionales romanas.
La vida de Heliogábalo llegó a su fin en el 222, siendo asesinado por la guardia pretoriana y su cadáver arrojado al Tíber. Mientras Júpiter se acomodaba en su recién recuperado asiento, el Senado romano decidió que la piedra negra de Elagabal fuese devuelta a Emesa, y en cierto modo las cosas volvieron a ser como venían siendo en el panteón romano.
Más artículos interesantes en Khronos Historia