Relato: Mi primera visión – De Doña Jimena

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Ávila, noviembre de 1560. 

No quiero ser santa, esa no es mi misión. Desde que tengo memoria o uso de razón,  aunque no es una palabra que se pueda aplicar al bello sexo al igual que la inteligencia,  pero como nunca he considerado que mi belleza despertara suspiros de amor y mi  inteligencia ha sido cuestionada desde que pronuncié mi primera palabra, pues no pierdo  mi tiempo ya que tengo prisa por dejar la vida terrenal. Es por este motivo que no soy una  mujer corriente, nunca pensé en casarme ni ser madre porque mi destino era para un bien  superior, por eso decidí ser monja, contra los designios de mi amado padre. No tenía otra  opción porque mi sueño era ser soldado, pero como nací en el sexo equivocado, decidí  que mi arma sería el papel, la pluma y el rezo. Era mi sacrificio más sagrado. 

Mi padre tuvo que aceptar muy a su pesar mi noviciado y mi transformación en monja, es decir, convertirme en la esposa del creador. Un marido perfecto por excelencia  porque está ausente en su forma corpórea y eso da lugar a que por las noches pueda dormir  plácidamente y no con un esposo que busque pecar cada noche e incluso de día. Dios no  deja marcas en los cuerpos como estos hombres lujuriosos y de inteligencia cuestionable.  Sin embargo, te deja lisiada espiritualmente y una nunca llega a recuperarse.  

Me preguntaba cada día por qué Dios me dio inteligencia y lenguaje para poder  expresar lo que siento cada vez que estoy pensando en él. Siempre he querido acercarme  a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia. Esta última fundamental, puesto  que obedecí mi destino: acercarme a Dios con las herramientas adecuadas y no desviarme  del camino designado. No obstante, los obstáculos para acercarme a él han sido duros,  dolorosos e infernales, pero no debo cuestionarlos, sino aceptarlos con resignación como  buena cristiana que soy.  

Sabía que el sufrimiento haría que mi alma pesara y me dejaría sin respiración,  pero la recompensa era suprema. Quería difundir su mensaje como algunas de sus amadas  privilegiadas, quería ser su elegida, pero el problema era el siguiente ¿Cuál sería su  mensaje? y ¿Cómo podía manifestarlo sin ser juzgada? La única respuesta que encontré  fue escribir. No como un varón, sino como su humilde esposa.

Sabía que el camino no sería fácil, ninguno designado por Dios lo es, pero ingenua  de mí, creí que podría superarlo con mi fe e inteligencia. Los obstáculos serían numerosos.  Aun así los acepté y daría mi propia vida si fuera necesario para poder derribarlos. Las  normas de la Orden no eran suficientes para mí, necesitaba una acción superior, una que  fuera imposible para cualquier criatura de Dios. 

Agradecí que esa primera prueba fuera la más difícil de todas: mi bajada al Infierno. Creí que sería como en La divina comedia, pero agradecí que fuera mucho peor.  Recuerdo el suelo lleno de espinas muy afiladas y andar a ciegas sintiendo el dolor en mis  pies. En cada paso me desgarraba la piel, pero parar sería un error. Las serpientes subían  por mis piernas y me mordían con su veneno pecaminoso. Nunca olvidaré el contraste de  calor y frío durante todo el camino y cuando tuve delante al ángel caído y sus ojos verdes 

mirándome como un libertino me enfrenté a él con mi fe. Me tentaba como hizo con Jesús,  aunque le gritaba que no una y otra vez, no se dignaba a escucharme. Cuando quise darme  cuenta estaba acostada, febril, delirando y con sangre en mis pies. Casi muero, pero  sobreviví. Supe en ese momento que si pude superar la tentación del rey del Infierno,  podía derribar cualquier obstáculo que me pusieran en mi vida terrenal y espiritual y que  Dios me elegiría para ser su mensajera. 

Tuve una paciencia infinita para poder superar cada impedimento que me acercara  a Dios. Mi salud era cada vez más débil y preocupaba a mi entorno familiar. Sin embargo,  cada día de debilidad, daba lugar a que mi espíritu fuera más fuerte y mi misión tuviera  más sentido. 

Hace unos meses fui invitada a casa de mi buen y leal amigo Guillermo de Ulloa que había mandado construir un nuevo convento. Si tuviera sus privilegios le daría de  comer al hambriento y de comer al sediento. Dios no necesita tantos conventos ni iglesias  ni catedrales, solamente aprender a escucharle. Sin embargo, su amistad me mantenía  conectada con la vida terrenal que no era precisamente un paraíso. 

No era consciente de que mi vida cambiaría drásticamente. Marcaría mis días para siempre. El proceso de lo ocurrido fue tan maravilloso que no he conseguido designar las  palabras adecuadas, pero si las más parecidas. No contaré la verdad, sino mi verdad del  hecho ocurrido. 

Me disponía a dormir después de dos días de ayuno y sin beber agua fresca hasta  unos momentos antes de entrar en el dormitorio. Normalmente, suelo descansar por las noches en el suelo y uso la cama lo menos posible para que sepa mi marido eterno los  sacrificios que estoy dispuesta hacer, pero esta vez el agotamiento se apodero de mi  cuerpo, mente y espíritu y tuve que acostarme en la cama; dejé la ventana abierta para  escuchar el silencio nocturno de la naturaleza. 

Entré en un profundo sueño y no me moví cuando escuché el aleteo de un ave que  entraba desde la ventana porque la puerta estaba cerrada. Noté que se acercaba a mi alcoba  y no me moví en ningún momento. No tenía necesidad de ello. Me acarició el rostro con  una de sus alas y poco a poco fue bajando hasta mis pies. Comencé a reírme como una  niña. Era una risa sonora y no podía controlarla. Se apoderó de mi y no podía abrir los  ojos porque le felicidad que sentía era interna y si los abría, sabía que la sensación  desaparecería. 

Noté que el ave estaba volando alrededor de mi cama y su aire era tan fresco que  sentí que mi risa pasó a sonrisa. Una muy plácida y relajante que no había sentido desde  mi niñez. Lo que creí que era sueño, en realidad se estaba convirtiendo en el principio del  fin de mis días conocidos. 

Escuché un sonido metálico que hizo que mi sonrisa se paralizara y noté que  estaba sería, pero no podía moverme y no sentía miedo alguno. Noté una mano que  quitaba las sábanas con lentitud y unas caricias en mis piernas como si tuviera hormigas  en ellas y me quedé inmóvil. Mi cuerpo estaba rígido, pero duró unos segundos porque  luego me sentí más relajada que nunca. No grité ni pedí ayuda ni siquiera sentí  incomodidad, sencillamente una serenidad que calmaba mi alma. 

Sentí su respiración, así que supe que no era un ave. No sabía quién era, pero no  me resistí al sonido agitado que salía de su boca. Sentí como si rayo entrara en mi cuerpo  y la sensación era mística y provocaba que mi cuerpo y espíritu se agitaran como los  cuerpos pecaminosos. No podía pensar, solamente sentir. Ese ser no hablaba, no le hacía  falta. Me estaba poseyendo, pero no era desagradable, sino divino. 

De repente noté una puñalada en mi corazón. Sentí que no era un puñal, sino una  espada y mi cuerpo se elevó y mis ojos estaban entreabiertos. Vi oscuridad y luego otra  puñalada, cada vez más rápida. Escuchaba de lejos mis gritos. Era una sensación  gratificante. No sabía donde agarrarme. Las yemas de los dedos vibraban. Le pedía que  no parara y hubo un momento en que la puñalada fue tan profunda que mis ojos se  abrieron de par en par. No sentí miedo, sino paz. Una que nunca había sentido en mi vida.

Ya no era un cuerpo, sino un espíritu. Sabía que no estaba muerta, pero tampoco  vivía entre los mortales. La oscuridad se transformó muy despacio en una luz cálida, bella y muy hermosa. Quise acariciarla y al tocarla vi que mi mano se desintegraba y olía a  flores silvestres. Miré a todos lados y no había nada, solamente la luz y lo supe. Era el  cielo, estaba segura. Por fin, mis súplicas habían sido escuchadas y Dios me daría un  mensaje para difundirlo entre sus fieles. 

No existía ni el espacio ni el tiempo, sólo la ausencia de mi yo físico que se había  transformado en mi yo más espiritual. A lo lejos pude ver un movimiento extraño, como  si algo se acercara, no parecía tener una forma humana. Quise acercarme, pero no podía  moverme, estaba paralizada. Le pregunté quién era y no recibí ninguna respuesta. Poco a  poco se acercó y su forma cambió. Era una figura con una silueta humana, pero no sabía  si era masculino o femenino. Si no era un ángel, era un ser extraño porque ellos no tienen  sexo alguno. 

-Buenas noches, Teresa. Tenía ganas de volver a verte.-Dijo con una voz cálida y  suave-. 

Recordé su voz y no podía creerlo. Era el príncipe de las tinieblas en su forma de  arcángel. Tenía sus alas blancas y brillantes. Quería huir, no mirar atrás, pero no podía. 

-¿Cómo podéis ser vos si estoy en el cielo? 

-¿Quién dice que el Cielo y el Infierno no son el mismo lugar? 

-Porque está escrito en las escrituras sagradas. 

-Escritas por el hombre, no por mí. 

-¿Qué quieres de mí?  

-Que sientas la auténtica bendita providencia. 

Se acercó a mi y puso sus manos en mi rostro y me quedé embelesada con su tierna  mirada y sus ojos verdes. Sentí otra vez las puñaladas en mi corazón. Si había abandonado  mi cuerpo ¿Cómo podía sentirlo? No tenía explicación. Observé su sonrisa, sus carnosos  labios y sus dientes blancos. Me besó. No sé cuánto duró. Noté que varias manos de  diferentes formas y colores tocaban mi alma o mi cuerpo y los gemidos se apoderaron de  mí. Cada vez el tacto era más fuerte. Me sentí bella y poderosa. El diablo mordía mis  cabellos largos y oscuros. 

De inmediato mi corazón explotó y se convirtió en un fuego tan ardiente que se  fusionó con el cuerpo de Lucifer y quemó la luz hasta convertirla otra vez en oscuridad. 

-Hasta pronto, Teresa, mi Teresa.-Me dijo al oído para más tarde mirarme y  sonreírme-. 

-¿Volveré a verte? 

-Pronto, Teresa, muy pronto. 

-¿Cuál es tu mensaje? 

-Lo vas a deducir sola y ahora intenta no pensar mucho en mí, sino nunca  dormirás.-Comentó riéndose carcajadas-. 

Se fue volando y desapreció poco a poco. Todavía era un ser de luz, el ángel más  bello de la creación. Supe que nunca le iba a olvidar. 

Grité asustada porque estaba en la cama y creí que lo que había tenido era una  pesadilla o agitado sueño. Miré a los lados asustada. Todavía era de noche. Observé que  las sábanas estaban empapadas de sudor, mi camisón desgarrado, tenía marcas en todo  mi cuerpo, hinchazón en medio de mis piernas, mis labios ensangrentados y mis cabellos  babeados. Fue real, pero no podía rebelarlo, todavía no podía compartirlo con nadie.  

A los pocos días me confesé con Baltasar Álvarez y se lo conté todo. Tuvo una  mezcla entre horror y curiosidad y me comentó que no dijera nada porque podía ser  juzgada por la Inquisición, pero había otra opción. Poder explicarlo con otras palabras y  decir que había tenido una experiencia mística que me había acercado a Dios. Al principio  de forma anónima y luego desvelar mi nombre. Aun así, sería juzgada, pero con menos  presión ante el inquisidor. 

Obedecí con resignación la voluntad de mi confesor. Había algo dentro de mi que  había cambiado para mejor. Así que debía usar mi inteligencia para poder difundir mi  experiencia. Mi primera visión del cielo. No fue como esperaba, sino mejor, pero nadie  lo sabrá a menos que lea estas líneas que sé que nunca serán leídas. Era mi deber explicar  mi verdad para no olvidarla, aunque no lo comparta con nadie. 

Me preguntaron en todo momento cuál era su mensaje. Contestaba esperanza,  cuando en realidad la respuesta era placer. Sé que mi respuesta real va en contra de los  designios de Dios, pero como me dijo el hermoso ángel, las escrituras sagradas fueran escritas por el hombre, no por él y debo complacer y obedecer a mi amado esposo, no a  los hombres.


Autor/a: Doña Jimena. 


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30 COMENTARIOS

  1. Interesante relato, pero decidme «doña Jimena» ¿Cómo sabéis que el vuestro es el verdadero mensaje?¿Tenéis idea de la cantidad de guerras y muertes han habido por culpa de los poseedores del verdadero mensaje de Dios? Recordad que, como bien decís, es el Ángel Caído quien os anoticia de que las escrituras son obra de los hombres… Bueno, ya esta, a los puntos, estimada un 10 para usted y mis saludos a vuestro ilustre compañero 🙂 gracias por compartir.