Carestía de Trigo

712

Francia, año 1337.

Jean, un campesino, se encuentra trabajando en sus tierras cuando de repente es llamado a gritos por otro compañero suyo:

-¡Jean, Jean! Se trata de Marie, acaba de ponerse de parto.

Inmediatamente, Jean dejó la hoz con la que estaba segando el trigo y acudió en auxilio de su esposa. Los gritos de Marie eran ensordecedores, se oían desde larga distancia y su dolor era insoportable. Jean, desesperado, intentó calmarla:

-Marie, respira despacio que todo va a salir bien, nacerá nuestro hijo bien sano e intentaremos darle una vida digna.

Marie, le miró a los ojos y esbozó una sonrisa, entonces empezó a respirar de forma más relajada, su aliento entrecortado y el esfuerzo que estaba realizando la estaban agotando. En su primer intento nacería un niño, los llantos del bebé provocaron la alegría de Jean, aunque Marie aún seguía teniendo dolores, pues venía otro bebé en camino. Todos los presentes se sorprendieron. Jean, miró de nuevo a Marie y le dijo:

-Vamos, Marie, un esfuerzo más.

Ella siguió esforzándose, tenía dificultades para respirar de forma adecuada, pero finalmente el esfuerzo realizado obtuvo su recompensa y fruto de ello nacería una niña. Jean mirando ahora a la niña, con lágrimas de emoción en los ojos, se acercó al niño y cogiéndolos a ambos en sus brazos, se acercó con los menudos a Marie, ella levantó la cabeza, abrió los ojos y vio a su marido sujetando a sus dos hijos, sonrió lentamente, pues se encontraba agotada. Al instante volvió a bajar la cabeza y cerró los ojos, poco después su respiración iba a pararse. Jean, al ver que su esposa no respondía, dejó a los niños a un compañero, desesperado y arrodillándose junto a su esposa empezó a agitarla para que reaccionara, pero su esfuerzo era inútil, gritaba y recorría la habitación en busca de un milagro. Volvió a arrodillarse junto al cuerpo inerte de su esposa y empezó a suplicar a Dios que la devolviera a la vida. Todo fue en vano, Marie, había dejado este mundo.

En Francia y en Europa en general, se estaban viviendo tiempos difíciles: la peste bubónica había llegado, las dificultades en las cosechas debido al recrudecimiento del clima, el abandono del campo por la ciudad y además había estallado una guerra entre Francia e Inglaterra, la que será conocida como “La Guerra de los 100 años”. Todos estos sucesos provocarán unas duras condiciones de vida, además, los señores reclamarán más impuestos a sus campesinos.

Unos días después de la muerte de Marie, Jean, habiéndose ocupado de los niños, recibió una noticia desalentadora. El señor al que pertenecían las tierras reclamaba una mayor porción de la cosecha. Jean, viéndose apurado por la situación, tuvo que tomar una drástica decisión para que sus dos hijos pudieran tener una vida digna, como siempre habían deseado tanto él como Marie. Jean no podía mantenerlos, entonces ofreció a sus hijos a su señor, para que se encargara de darles una vida plena.

-Mi señor, ¿me concedería un segundo de su tiempo? – le espetó Jean.

-¡Adelante! Sabéis que siempre os atenderé, pues sois un fiel trabajador. – respondió Don Charles.

-Debido al aumento de los impuestos y al fallecimiento de mi esposa, no puedo darles una vida a mis dos criaturas. Vengo a pedirle si vos, podríais haceros cargo de ellos. – suplicó Jean.

-¡Osado sois! Aunque complaceros querría, no puedo hacerme cargo de ambos, pues son tiempos difíciles. De uno sí podría hacerme cargo. – exclamó Don Charles.

-¿Entonces debería separarlos? – preguntó Jean, entristecido.

-Mucho me temo, que así sería, pues como os dije antes, no puedo con ambos. – aseveró Don Charles.

-Mi señor, déjeme unos días para meditarlo, si lograra encontrar un lugar donde pudieran crecer juntos, no sería necesaria su separación. – pidió Jean.

-Os doy dos días, pues al tercer día marcho a la guerra. – respondió Don Charles.

-¡Muchas gracias! mi señor. – agradeció Jean.

Jean salió por la puerta con sus dos hijos, cogió un carruaje espoleado por dos caballos grisáceos y marchó hacia París. Empezó a recorrer la ciudad en busca de ayuda, lo intentó con varias familias adineradas, pero siempre encontraba la misma respuesta, que no podían con dos o simplemente no querían. La desesperación se iba apoderando de él y se paró ante la gran catedral de Notre Dame. Allí encontró al obispo, quien le tendió la mano y le invitó a pasar. Una vez en el interior, empezaron a conversar.

-¿Qué os perturba, hijo? – Preguntó el obispo.

-Verá, mi señor. Ando desesperado. Mi situación con mis hijos es de los más complicada, debido al aumento de las rentas, no puedo mantenerlos y busco de alguna familia que lo logre y pueda darles una vida digna. – respondió Jean.

-Veo mucha ternura en su mirada, mucho debéis querer a vuestros hijos para llegar a tal situación. – dijo el obispo.

-Intenté que los acogiera Don Charles, pero solo puede hacerse cargo de uno y no desearía fuesen separados. – explicó Jean.

-Buen hijo, escuchadme bien, pues yo os ayudaré. Si como bien decís Don Charles está dispuesto hacerse cargo de uno de vuestros pequeños, yo os ayudaré para que el otro corra la misma suerte. – apuntó el obispo.

-Le agradezco su ayuda, pues sois muy amable, mas no querría separarles, pero es tal la situación que no tendré más remedio que hacerlo. – dijo Jean.

-Buen hijo, id tranquilo, hablad con Don Charles y yo hablaré con una familia que anda desesperada, pues no pueden concebir hijos y ellos le darán el cariño y la vida que merece. – finalizó el obispo.

-Muchas gracias mi señor, que Dios le bendiga. – se despidió Jean.

Tras salir de la catedral, Jean puso rumbo hacia el palacio de Don Charles. Cuando llegó allí le explicó la decisión que había tomado. Don Charles llamó a su esposa, Doña Anne, y le explicó todo lo que habían hablado él y Jean. Doña Anne estuvo de acuerdo y decidieron quedarse con el bebé varón, mientras la niña, sería acogida por la familia recomendada por el obispo. Esa última noche, Jean se despidió de sus pequeños con los ojos llenos de lágrimas y prometiéndoles que volverían a verse.

Francia, año 1355.

Luis, hijo de Jean, había cumplido los 18 años. Su infancia no fue fácil, pues Don Charles había muerto en la guerra y había sido criado por Doña Anne, mujer de fuerte carácter, que había hecho de Luis un chico a su imagen. Luis era un joven de pocos escrúpulos, ambicioso, cruel y despiadado. Humillaba a los trabajadores de las tierras que habían permanecido a Don Charles y ahora le eran suyas. Era un gran virtuoso de la espada y le gustaba montar a caballo. De vez en cuando salía hacia París para conocer el mundo de la ciudad.

Marie, hija de Jean, al contrario que su hermano, tuvo una infancia mucho más tranquila y plácida. Había recibido una buena educación, siempre a través de miembros eclesiásticos. Su buen conocer de las cosas y sobre todo su buena educación, le formaron un carácter amable y gentil. Le gustaba ayudar a toda la gente, tanto ricos como pobres. Era una chica muy curiosa y siempre quería averiguar cómo funcionaba la sociedad.

Jean había abandonado las tierras de Don Charles y se había trasladado a trabajar a las de otro señor. Viviendo al límite, conseguirá sobrevivir a la situación que se atravesaba en Francia. Pues los problemas en el campo seguían produciéndose, la guerra contra Inglaterra proseguía y la peste continuaba asolando Europa.

Jean, trabajando para su nuevo señor, irá junto a éste a la feria que se montaba en la ciudad, para poder vender los productos de sus tierras y también poder obtener otros artículos para cubrir las necesidades del señor. La feria estaba distribuida por gremios, una sección destinada a la alimentación, otra al textil, la zona de armamento y herrería y se llenaba de gente que paseaba por ella, comprando y disfrutando actuaciones musicales y representaciones teatrales. En tiempos difíciles, eran un lugar de distracción. Jean había montado su puesto con todas sus frutas y hortalizas, también con el trigo y otros productos alimentarios. Marie, había salido a pasear por la feria contemplando todas y cada una de las paradas y se dedicaba a preguntar a los feriantes un poco de historia sobre la manera en que producían los artículos que tenían a la venta. De repente, una fuerte discusión, captó su atención y se acercó rápido a comprobar lo que sucedía.

-¡Ésta fruta está podrida! – gritó Luis, lanzándole la manzana a la cara de Jean.

-Mi señor, ahora mismo le entrego una de mejor calidad. – respondió Jean.

-¡Déjalo, ya no quiero probar nada más! – exclamó Luis.

Sacó la espada y atacó la parada de Jean, propiciando que toda la producción se fuera al suelo. Mientras Luis se retiraba, Jean se puso a recoger todos y cada uno de los alimentos, entonces se acercó Marie y empezó a ayudarle.

-Muchas gracias mi señora, pero no debéis ayudarme, no es vuestra responsabilidad. – dijo Jean.

-No me gusta que la gente haga abuso de su poder. – le espetó Marie.

Marie siguió ayudándole, de repente Luis reapareció montado en su caballo mientras ella le recriminaba su comportamiento. Jean avergonzado, estaba con su cabeza agachada.

-¿Cómo osáis tratar así a la gente? – recriminó Marie.

-¿Y vos? ¿Por qué ayudáis a un pobre sirviente? – dijo Luis. – No veis que son una clase inferior. – añadió.

-Es una persona como los sois vos o como lo soy yo. – pronunció Marie.

-Me marcho, no quiero perder el tiempo en burdas discusiones. – se despidió Luis.

Marie siguió ayudando a Jean hasta que terminaron recogiéndolo todo. Cuando lo tuvieron todo guardado, Jean lo cargó todo y volvió hacia sus tierras, agradeciéndole la ayuda a Marie. Ella se marchó a su casa y habló con sus padres, pues la buena educación de Jean le había llamado la atención y quería que ese hombre triste fuera a trabajar a sus tierras. 

Al día siguiente, en el palacio de Luis y Doña Anne, se escucharon gritos. Ambos estaban discutiendo. Luis quería irse a la guerra, pero su madre no deseaba tal cosa, entonces él blandió la espada y le sacudió un duro golpe a su madre, provocándole la muerte. Asustado por lo que había hecho, salió al galope a lomos de su caballo sin mirar donde se dirigía, llegó a otra finca, allí se encontraba trabajando Jean, asustado se bajó del caballo y se dirigió hacia un rincón apartado. Jean que le había visto, se acercó y le preguntó:

-¿Qué hacéis aquí? Estas tierras pertenecen a mi señor.

Luis, tembloroso y entre lágrimas en los ojos, se giró, mirando a aquel hombre y le respondió:

-¡A vos que os importa! ¡Dejadme en paz!

-Si os ve mi señor por aquí, se va a enojar. – añadió Jean.

Luis, se miró al hombre y enseguida le reconoció.

-Vos sois aquel hombre de la feria, el de la fruta podrida.

-Lamento que eso os disgustara, pues son tiempos difíciles y no siempre sale del todo bien, vos como propietario de tierras bien debéis saberlo. – dijo Jean.

-La verdad es que sí, son tiempos difíciles. Lamento mucho mi comportamiento de ayer. – se disculpó Luis.

-Disculpadme, pero ¿os preocupa algo? – preguntó Jean.

-Acabo de cometer un acto terrible, he asestado un espadazo a mi madre y le he dado muerte. – respondió Luis.

-¿De dónde provenís mi señor? – preguntó Jean.

-Mi nombre es Luis, provengo del palacio de Don Charles y Doña Anne. – contestó el joven.

Jean, al oír esas palabras, vio como un escalofrío recorrió su espalda, pero no desveló la verdad al chico.

-Yo trabajé durante un largo periodo en esas tierras. – alegó Jean.

-¿Ah sí? No os recuerdo. – exclamó Luis, sorprendido.

-Fue hace mucho tiempo, debe hacer al menos 18 años. – explicó Jean.

-Esa es mi edad. – añadió el joven.

Tras una larga conversación, Luis acabó confiando en aquel hombre, que el día anterior le había vendido fruta podrida. El acto que había cometido, le había hecho cambiar, entonces fruto de esa confianza que le había dado aquel buen hombre, se dirigió al señor de éste y le preguntó por cuanto estaría dispuesto a cedérselo. El señor aceptó cedérselo y ambos se marcharon hacia el palacio de Don Charles, ahora bajo el mando de Luis.

Marie, quien había logrado convencer a sus padres, intentó por todos los medios encontrar a aquel buen hombre, no tuvo suerte en sus primeros intentos, recorriendo la zona norte alrededor de París. Uno de esos días llegó al palacio de Luis, uno de los sirvientes le abrió las puertas, ella preguntó por el señor del palacio, el sirviente la hizo esperar y fue a buscarlo. Cuando apareció el señor, viendo de quien se trataba, Marie dijo:

-¿Vos? Entonces no creo encontrar aquí lo que busco.

-¿Qué andáis buscando? – preguntó Luis.

-Busco al hombre al que humillasteis aquel día en la feria. No creo que lo encuentre aquí. – explicó ella.

-Os sorprenderíais tal vez. Mirad bien al pie de la colina, allí lo encontrareis. ¿con qué cometido lo buscáis?

-Vengo para que trabaje con nosotros, en nuestras tierras. – añadió ella.

-Mucho debo lamentarlo, pues acabo de traerle aquí y para mí es más que un fiel sirviente. Le he dado muchas más cosas que unas simples tierras donde trabajar, no le cobro en impuestos y dejo que esté aquí porque me da mucha confianza.

La joven, decepcionada, le preguntó a Luis si podía ir a saludarle, el joven asintió. Entonces, Marie, bajó la colina, habló con Jean y le explicó cuáles eran sus intenciones, pero aquel hombre se encontraba muy a gusto y le dijo que de ninguna de las maneras podía abandonar aquel lugar, entonces la joven le pidió que pudiera ir un momento a su casa para que sus padres le conocieran y ver que se trataba de un buen hombre. Ambos se dirigieron al palacio para hablar con Luis y éste les concedió el permiso para realizar la visita a las tierras de Marie.

Jean en ningún momento vio a qué familia había sido donada su hija, pues, fue el obispo quien se encargó de ello. Marie y Jean pasaron una gran velada y los padres de ella disfrutaron de lo que aquel hombre contaba. La comodidad de la reunión era tal que Jean empezó a contar el suceso más triste de su vida.

-Verán, hace 18 años mi esposa dio a luz a dos preciosos bebés, un niño y una niña, por desgracia ella pereció en el parto. A los primeros días pude hacerme cargo de ellos, gracias a la ayuda de mis compañeros, pero la situación iba a cambiar, cuando Don Charles me reclamó más parte de la cosecha. Aquel suceso hizo que tuviera que desprenderme de ambos…

-¡No puede ser! – interrumpió Marie.

-Sí, por desgracia así fue, al niño se lo dejé a Don Charles y a la niña se lo cedí al obispo, para que una familia se hiciera cargo de ella. – continuó Jean. – por ese motivo no puedo dejar el palacio de Luis, porque he tenido la ocasión de reencontrarlo, aunque él no sabe la verdad…

La sorpresa en la sala fue mayor aún, pues los padres viendo con la tristeza que Jean contaba su historia, decidieron desvelar la verdad sobre el origen de Marie.

-Señor Jean, debemos revelaros la verdad. Marie, tú también debes saberla. Nosotros somos quienes acogimos a Marie a través del obispo. – confesaron ambos.

La reacción de los dos fue bien distinta, mientras Jean se emocionó, ya que había encontrado a sus dos hijos en poco tiempo, Marie reaccionó de distinta forma, se quedó en silencio, meditando lo que acababa de descubrir. Pasado un rato, levantó la mirada y con sus ojos vidriosos se miró a Jean y le abrazó. Jean agradeció el gesto y se marchó dejando claro que Marie debía permanecer en ese hogar y seguir forjándose un buen destino. Regresó al palacio de Luis y allí se quedó.

Pasaron unos meses desde el reencuentro con sus dos hijos, nunca reveló nada a Luis y Marie venía a visitarlo muy frecuentemente. Un día Jean empezó a tener mucha fiebre y se desvaneció mientras trabajaba en el campo. Luis se apresuró a atenderle y lo llevó a palacio. Allí mostró síntomas de fatiga y la fiebre no bajaba, por lo que, al cabo de dos días Jean moriría. 

Marie vino a una de sus visitas y recibió la terrible noticia, entonces se quedó hablando con Luis y le confesó toda la verdad. Luis mostró de nuevo su carácter impulsivo y ante el dolor que sentía decidió ingresar en el ejército francés y lavar su corto pasado, haciendo algo por su reino. Luis morirá en combate, pero en esta segunda etapa de la guerra contra Inglaterra, Francia recuperaría el terreno perdido.

Marie lograría acceder a la universidad de París y se granjearía un gran futuro.


Autor/a: Albertulpio


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13 COMENTARIOS

  1. 4. Lo bueno es que busca una historia de personajes. Lo malo, el nivel técnico es muy bajo. Esta mal escrito. Señalo esto desde el respeto y con ánimo de que el autor mejore estas cosillas:
    1) Demasiadas repeticiones con los nombres. El castellano permite elidir sujetos, pero el autor no ahorra ninguno. El resultado es repetitivo y cansino.
    2) los diálogos son del todo impostados y no resulta nada creíbles.
    3) Usar “don” para un noble francés “mata” la ilusión de verosimilitud.
    4)el párrafo sobre la Guerra e los años 100 años sobra. Es puro salgarismo. Nótese que puede borrarse y la historia no pierde sentido. Esa es la prueba de que sobra.

    • Juan Luis Gomar. Gracias por sus consejos y objeciones. Eso es lo que quiero mejorar. Estoy formándome en historia y me gusta escribir, pero todavía me falta camino.
      Sin que sirva de excusa, me puse a escribirlo faltando 2 noches, ya que habia presentado una anteriormente, pero fue considerado un ensayo y no me la aceptaron.
      Gracias