¿Están locos estos romanos? Por lo menos Nerón parece que sí

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En el 37 d.C. nació una de las mayores joyas que ha poblado este planeta. Se llamaba Lucio Domicio Ahenobarbo y pasó a los anales de las Historia por haber sobrepasado con creces cualquier nivel de chaladura imaginable por el ser humano. El nombre de Nerón lo recibió unos añitos después, cuando el emperador Claudio lo adoptó, de buena fe, para que fuese su sustituto al frente del Imperio romano. Bueno, a decir verdad le llamó Nerón Claudio César Augusto Germánico; pero, como el nombrecito se las trae, se quedó con Nerón, así, a secas.

Nerón, desviado desde pequeñito

A la pobre criatura le colgaron el sambenito nada más asomar la cabeza a este mundo: debió de nacer justo nueve meses después de la muerte del emperador Tiberio (1). Si hubiese sido Augusto, otro gallo hubiese cantado; pero Tiberio caía muy gordo, así que ese hecho no podía augurar nada bueno. Para mayor retintín, su padre biológico, Cneo Domicio Ahenobarbo, respondió a las felicitaciones por el nacimiento del chiquillo diciendo que «nada había podido nacer de Agripina –la madre– y él que no fuera detestable y para desgracia pública» (2). O sea, todo amor y buena armonía. Normal que luego el pobre chaval se desviara, con esa cruz al cuello, ¡a ver quién es el guapito que levanta cabeza sin ayuda psicológica!

Agripina y Nerón
Agripina coronando a Nerón. Fuente.

Agripina y los chanchullos para coronar a su hijo

Pese a todo, Nerón fue nombrado emperador con tan solo diecisiete años. Ello fue posible gracias a su incombustible y perniciosa madre, Agripina, bisnieta de Augusto. Esta, puesto que no podía obtener el trono para ella, intentó conseguirlo para su hijo. Y la verdad es que ganas le puso. Las malas lenguas cuentan que mató a su segundo marido, de quien heredó una gran fortuna para ella y su hijo. Desposó al emperador Claudio y logró no sólo que éste consintiera el matrimonio de Nerón con Octavia, su hija –una vez limpiado el forro al prometido de la joven, claro-, sino que lo adoptara oficialmente. No contenta con eso, terminó por darle «matarile» al propio Claudio, que se había convertido, sin comerlo ni beberlo, en el último obstáculo para que Nerón alcanzase el poder.

En suma, lo que se dice amor de madre. Tal era su determinación que se cuenta que, años antes del nacimiento de Nerón, se le había vaticinado que su hijo gobernaría, pero que mataría a su madre. «Que la mate, con tal que reine» (3) habría respondido ella. La piel de gallina, oye.

Emperador novel

Sus primeros años de gobierno se han etiquetado como quinquennium aureum –quinquenio dorado–, y es que Nerón se comportó como un emperador modelo. Ahora bien, no hay que olvidar que por aquel entonces no era más que un adolescente con granos y que poco o nada sabía sobre las tareas de gobierno. Es en este mismo punto de la historia en el que entran a escena el filósofo cordobés Séneca, mentor del joven Nerón, y el prefecto del pretorio (4) Lucio Afranio Burro, que entre bastidores se encargaron de salvarle los trastos al joven emperador.

Mientras tanto, Agripina estaba en su salsa: se proclamó Augusta Mater Augusti –la augusta madre del emperador–, consiguió el inusual derecho de disponer dos lictores (5), pretendió participar en las deliberaciones del Senado –digo pretendió porque el intento se quedó en agua de borrajas– y aprovechó su nueva posición para acumular en su débito un importante número de tropelías.

Mal emperador, peor esposo e hijo nefasto

Pero el joven Nerón creció y, como suele ocurrir con los veinteañeros, se puso a corretear detrás de las togas. La afortunada se llamaba Claudia Acté, una liberta imperial perteneciente al personal doméstico de Octavia. Nerón se enamoró perdidamente de ella e incluso consideró la posibilidad de repudiar a su mujer y desposar a la liberta. A Agripina, naturalmente, se la llevaban los demonios; con todo el esfuerzo que había invertido ella en que gobernase su hijo y ahora éste a punto de tirarlo todo por la borda por una esclava. Sin embargo, y para su desgracia, fue ese rechazo ante el devaneo entre Nerón y la liberta el que acabó con el amor madre-hijo y el que la obligó, en última instancia, a exiliarse.

Busto de Nerón
Busto de Nerón. Fuente.

Mamá se fue, Nerón desatado

Liberado ya de su controladora madre, Nerón comenzó a codearse con la flor y nata de la aristocracia romana. O sea, se juntaron un grupo de adolescentes con más dinero que vergüenza, más salidos que el peñón de Gibraltar y más peligrosos que Macaulay Culkin en Solo en Casa. Gracias a sus nuevos compinches, Nerón descubrió la atracción de la noche y el desenfreno sexual. Por ejemplo, gustaba de disfrazarse con un gorro de liberto o un manto y lanzarse sobre los pobres transeúntes que volvían a casa de cenar, herirlos cuando se resistían y empujarlos a las cloacas (6).

Pero no eran más que chiquilladas, Nerón era capaz de mucho más… y no defraudó: alargaba sus festines desde el mediodía hasta la medianoche, haciéndose servir por cortesanas y rameras; obligaba a sus amigos a ofrecer comidas de lo más excéntricas que costaban un ojo de la cara; corrompió −dicho finamente− a jovenzuelos romanos, mujeres casadas e incluso a una vestal (7); y, al parecer, fue pionero en realizar el «Salto del Tigre» en su versión más literal, ya que se cubría con la piel de un animal y se lanzaba, desde una jaula, sobre los genitales de mujeres y hombres (8).

Una mala mujer y el fin de Agripina

No obstante, a Nerón todavía le quedaba por dar una vuelta de tuerca más a su ya de por sí enrevesada cabeza de pipiolo. La persona encargada de llevar la locura de Nerón a un nuevo nivel fue otra mujer: Popea Sabina. Debió de ser una mujer de bandera; sin embargo, todo lo que tenía de guapa lo tenía de mala y, además, parece que estaba un poco tocada del ala: para mantener su belleza acostumbraba a bañarse en leche de burra y se cuenta que, cuando se vio las primeras arrugas, manifestó su deseo de morir antes que perder sus encantos. La media naranja de Nerón, vamos. Se terminó convirtiendo en la segunda esposa del emperador –que no la última, puesto que se casó una vez más−; eso sí, no sin antes encargarse de que Nerón acabase con su madre, Agripina, y su pobre esposa, Octavia.

Muerte de Séneca
La muerte de Séneca. Fuente

Hay que quitar de en medio al emperador

En vista de los cada vez más numerosos méritos que iba acumulando el emperador en su cuenta (9), muchos senadores hicieron suya una frase que muchos siglos después escribiría Oscar Wilde: «Hay personas que provocan felicidad allá donde van. Otras, siempre que se van». Así pues, se organizaron varias conjuras con el fin de mandar a Nerón al otro barrio. Todas ellas se fueron a hacer gárgaras y Nerón, que tenía muy mal perder, se dedicó a pasar a cuchillo o invitar al suicidio a todos aquellos que se habían conjurado contra él, entre ellos su antiguo mentor Séneca.

Pero eso no calmó su mala leche, si no que se lo pregunten a su esposa Popea, a quien, si hacemos caso de la versión que circulaba por Roma, Nerón propinó un puntapié en el vientre cuando estaba en avanzado estado de gestación y la dejó en el sitio (10). Y es que Nerón se convirtió en el matarife de todos aquellos que, según su opinión, amenazaran su poder o simplemente se atrevieran a llevarle la contraria.

Peloteo al emperador

Ahora bien, probablemente el peor castigo que sufrieron los romanos fueron sus más que cuestionables dotes artísticas. Nerón lo que quería era ser artista lírico, ni emperador ni mamarrachadas del estilo. Por lo tanto, después de subir al trono y desembarazarse de su madre, se entregó por completo a su pasión: instituyó unos nuevos juegos músico-teatrales denominados Iuvenalia que, acorde a la vanidad de su creador, pasaron a llamarse Neronia al año siguiente; e incluso pasó algo más de un año en Grecia participando en los diferentes certámenes que conformaban los grandes juegos nacionales griegos.

Ni que decir tiene que el emperador ganaba siempre todos los premios. Y la verdad es que la gente aplaudía con locura sus actuaciones, aunque también es cierto que los soldados apostados en los graderíos golpeaban a los asistentes instándoles a aplaudir, mientras que otras personas de entre el público se encargaban de controlar las caras y nombres de los allí reunidos para más tarde leerles la cartilla si su ovación no había sido lo suficientemente efusiva. Vamos, que espontaneidad la justa.

Nerón
Nerón. Fuente

A todo cerdo llega san Martín

Sea como sea, resulta que Nerón tocó las narices a tanta gente que era necesario coger turno para clavarle un puñal: el ejército acantonado en la Galia se sublevó, las tres provincias hispanas se rebelaron e incluso puede que la flota romana de Egipto y el ejército de Germania también se unieran a la insurrección. Mientras tanto, sus opositores en Roma debatían sobre la mejor forma de darle el golpe de gracia y los más cercanos al emperador, en vista de que pintaban bastos, ahuecaban el ala. Lo dejaron más solo que la una.

Finalmente, recibió una nota del Senado donde lo declaraban enemigo público y lo convidaban a morir azotado, desnudo y con el cuello aprisionado por un yugo. No le quedó más remedio que suicidarse. Lo peor de todo es que murió creyendo que había nacido para el arte y la farándula. Su última frase lo deja bien claro: «¡Qué gran artista muere conmigo!» (11). Lo dicho, como una regadera.


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Referencias y bibliografía

Referencias

(1) En realidad fueron nueve meses y un día.

(2) Suet. VI. 6. 1-2.

(3) Tac. Ann. XIV, 9.

(4) Persona al mando de la guardia pretoriana.

(5) Similares a lo que serían hoy en día escoltas.

(6) Suet. VI. 26. 1-2.

(7) Las vestales eran sacerdotisas cuya virginidad era sacrosanta y se encargaban de custodiar el fuego sagrado.

(8) Suet. VI. 27-29.

(9) En lo que respecta al incendio de Roma que acaeció la noche del 18 al 19 de julio del año 64 d.C. y que habría sido urdido por el princeps, todo parece indicar que no fue así y que la catástrofe fue utilizada por los opositores al régimen. Eso sí, el incendio le vino de perlas para dejarse un dineral reconstruyendo la parte de la ciudad que había sido arrasada por las llamas y, de paso, hacerse un chalecito, la Domus Aurea, de cerca de 50 hectáreas.

(10) Suet. IV. 35. 3.

(11) Suet. VI. 49. 2.


Bibliografía

  • Champlin, E., 2006,  Nerón, Turner, Madrid.
  • Dawson, A., 1969, «Whatever Happened to Lady Agrippina», The Classical Journal, pp. 253-267.
  • National Geographic España, 2014, «Nerón, el reino del terror», nationalgeographic.com 10 de octubre de 2014 [Online] Disponible en: http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/neron_8499/4 (13/02/2017)
  • National Geographic España, 2012, «Nerón y el incendio de Roma», nationalgeographic.com 21 de noviembre de 2012. [Online] Disponible en: http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/neron-y-el-incendio-de-roma_6822 (13/02/2017)
  • National Geographic España, 2012, «La muerte de Nerón: el fin del emperador artista», nationalgeographic.com 19 de junio de 2012.  [Online] Disponible en: http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/neron-el-fin-del-emperador-artista_6234 (13/02/2017)
  • Otero, N., s.f., «La muerte de Nerón«, Muy Historia. [Online] Disponible en: http://www.muyhistoria.es/h-antigua/articulo/la-muerte-de-neron-871465377352 (13/02/2017)
  • Roldán Hervás, J. M., 2008, Césares. Julio César, Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. La Primera Dinastía de la Roma Imperial.  La Esfera de los Libros, Madrid.
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Ibon Herrero Egia
Graduado en Humanidades por la Universidad de Deusto, Máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad por la UCM y UAM. Interesado en las pequeñas historias de la historia.