El racismo y la xenofobia han sido instrumentos bastante usados a lo largo de la historia para sacar réditos políticos mediante el enfrentamiento de los ciudadanos de una misma sociedad; si no que le pregunten a Donald Trump, Marine Le Pen, Nigel Farage o a los pelones de Amanecer Dorado en Grecia, los cuales tienen la lección bien aprendida. La mayoría de estos casos se realizan contra ciudadanos y colectivos claramente integrados en la vida social y que no suponen un peligro real. El objetivo es buscar un chivo expiatorio con fines meramente partidistas y particulares.
A lo largo de la historia vamos a encontrar numerosos personajes que se van a aprovechar de estas situaciones, sin duda el caso más dramático es el protagonizado por la Alemania nazi y el exterminio sistemático de judíos y gitanos (1). Si bien, en la actualidad se sigue usando el odio al diferente como herramienta política, véase el reciente ejemplo de Donald Trump y los latinos en Estados Unidos, los migrantes norteafricanos en Francia o el caso del Brexit. En este sentido “una de las funciones del racismo es distinguir, clasificar, fragmentar, jerarquizar y denostar”. (2)
Esta extraña manera de hacer política “echándole la culpa al más débil” fue una de las estrategias usadas por Francisco Sandoval y Rojas, duque de Lerma, que usó la expulsión de los moriscos en 1609 como medida populista, bajo la óptica del racismo, para tapar sus desmanes y meteduras de pata, al más puro estilo Make España Great Again! de Trump.
Durante el reinado de Felipe III, Lerma hizo y deshizo a su antojo, ya que este fue un rey indolente, simplón y estúpido. Una monarca marioneta al que se le podía entretener con la caza, el juego y los deportes, mientras el duque y los suyos vaciaban las arcas de la corona o causaban el desprestigio internacional de España como potencia militar.
El duque de Lerma como valido (o primer ministro) de Felipe III no va a perder el tiempo y creará una red clientelar aupando a los suyos a los cargos más importantes. También ganó grandes cantidades de dinero con la venta de cargos y favores públicos. Sí, todo esto ya se hacía en la época de los Austrias, aunque será con los Borbones cuando se instaure la barra libre y hasta hoy… No es extraño por todo esto que se le señale en la historiografía como un personaje arrogante y avaricioso, llegando a ser el hombre más rico del Imperio español en ese momento. (3)
Uno de los episodios más sonados fue el traslado de la capital del reino desde Madrid a Valladolid en 1601. Tenía un doble propósito: alejar al monarca de los críticos al duque y revender a la corona unas propiedades inmobiliarias que había comprado recientemente a través de testaferros y adeptos a su red clientelar. La operación se cumplió con todo éxito y el duque consiguió sus propósitos. Incluso tendría la osadía seis años después de repetir la operación urbanística volviendo a trasladar la capital a Madrid, previa adquisición de propiedades que volvería a vender a la corona. Una obra maestra de la corrupción y el desfalco público que parece haber sembrado escuela llegando hasta la política actual.
En este momento empieza a armarse una camarilla de nobles contrarios al duque en torno a la reina Margarita, esposa de Felipe III, ya que las operaciones urbanísticas del duque, sus favoritismos y la corrupción general habían dañado fuertemente las arcas de la corona y socavado la situación de muchos nobles. Poco después se declara la suspensión de pagos por el endeudamiento de la Hacienda Real y la bancarrota, lo que aumenta la oposición a Lerma, que además hace aparecer a España como un estado debilitado tras la tregua con Holanda.
El duque, arrinconado por los excesos de su política ineficaz y corrupta, se ve en la necesidad de buscar una salida expiatoria y colocar una cortina de humo sobre los verdaderos elementos de crisis. Para ello, señala a los moriscos como cabeza de turco para todos los males de España. Así, más de 300.000 moriscos de todo el territorio, especialmente de Andalucía y Valencia, fueron expulsados para que el duque volviera a aumentar su popularidad; el racismo parecía funcionar.
La realidad histórica demostró que la expulsión de los moriscos funcionó en detrimento del desarrollo económico y social de España. Al ser expulsada una parte de los agricultores y artesanos, la producción de bienes de consumo y la recaudación de impuestos se vieron gravemente afectados; además hubo que subvencionar a los señores que perdieron la mano de obra morisca, y arrastró a la región valenciana a un déficit demográfico que costaría remontar.
Así, podemos observar como la extirpación de un sector de la sociedad por motivos xenófobos o el racismo, podrán tener unas implicaciones históricas más allá de las posibles dificultades que pueda plantear la convivencia en el día a día. En 2061 un cuarto de la población mundial vivirá fuera de sus países de origen (4) y como la historia nos enseña, o aprendemos a convivir o la sociedad en conjunto pagará las consecuencias a manos de oportunistas como el duque de Lerma o Donald Trump. El racismo y la xenofobia son armas arrojadizas fáciles de usar, aparentemente sin coste y siempre dispuestas a prender con la chispa adecuada; en realidad solo sirven para el triunfo momentáneo de quien promueve el incendio a costa de la crispación social.
[…] o colaboración enemiga, la opinión pública y los periódicos locales (2) se dejaron guiar por el odio y la xenofobia y atacaron directamente a estas comunidades de inmigrantes. La expresión más famosa fue “A Jap […]
[…] de esta mala o nula adaptación fue el estallido de la Guerra de las Alpujarras y su final con la expulsión de los moriscos (9). Una de las justificaciones fue lo que hoy día llamaríamos el ser “agentes durmientes” a […]